Cuando
por fin abandonaron el hospital, cinco días después de haber llegado, Charlie
se sintió bendecida por primera vez. La sensación del sol en su rostro fue algo
que satisfizo sus pocas exigencias.
Al día siguiente de haber llegado le
comentaron que estaba en Madrid, España. Sorprendida de tener que vivir en el
viejo continente por un tiempo sólo agradeció la información porque no sabía
qué sería de ella a partir de allí. Los cinco días que pasó en el hospital
fueron estresantes ya que dependía exclusivamente de Raquel, la enfermera que
se hizo cargo de ella desde su llegada. Era estricta y el cambio de horario le
había afectado a Charlie. Cuando quería echar una siesta llegaba Raquel y le
decía que no era hora de dormir, o cuando Charlie moría de hambre, le decía que
simplemente no era hora de comer y la dejaba sola por largos ratos. Había
solicitado un cambio de enfermera por una más comprensiva, pero el Dr. Maxwell
le había dicho que no era de público conocimiento quiénes eran y de dónde
venían, por lo que no podía haber cambio.
La mañana antes de salir del
hospital el Dr. Maxwell había llegado a la habitación de Charlie vestido
formalmente, como era de costumbre. Llevaba en su mano izquierda un sobre
marrón, rectangular de tamaño medio.
Al entrar había sonreído a Charlie
satisfecho, la saludó y fue a sentarse en la silla que estaba al costado
derecho de la cama. Sin decir nada más abrió el sobre y sacó una pequeña
libreta de color verde oscuro de su interior, lo pasó a Charlie, quien lo tomó
sin curiosidad. Al abrirlo todo encajó; la forma de la libreta, el color, la
sonrisa de satisfacción del Dr. Maxwell…
—Bienvenida a España, Sarah Smith
—dijo él, aún con la sonrisa impregnada en su rostro.
Uno de sus primeros objetivos,
logrado.
Según el pasaporte que Charlie tenía
en su mano era de Londres y había nacido en una fecha que nada tenía que ver
con su cumpleaños. Tendría que recordar la serie de números que la
identificaban como ciudadana de Inglaterra y pretender que vivió los últimos
años recorriendo varios países, según le había explicado el Dr. Maxwell.
—Ah, Charlie, querida… ya no me llames «Doctor» —comentó
antes de irse, como algo natural—. De ahora en más soy tu tío y Matt es tu
hermano, llámame sólo Luke, por favor. Luke Smith —y dicho eso abandonó la
habitación al tiempo que entraba Raquel con la media mañana.
•••
Una van los había trasladado del
hospital a la casa en la que vivirían por un buen periodo. Charlie se tomó su
tiempo durante el viaje, hablaba con Matt, a quien a partir de allí debería
llamar Oliver frente a otras personas. La falta de costumbre hizo que Luke los
reprendiera en varios momentos de su conversación, porque si alguien los
escuchaba sabría que algo estaba pasando entre ellos.
La residencia a la que habían
llegado quedaba en la Villa de Madrid, una de las zonas más antiguas de la
capital. Matt se tomó la molestia de empujar la silla de ruedas de Charlie
hacia adentro y hacerla recorrer la casa, la cual era de una sola planta pero
bastante amplia. Contaba con cinco habitaciones –tres principales con baño
propio y dos para invitados–, sala, baño común, una cocina separada por una
barra del comedor, biblioteca, sala de lavado y jardín. Estaba completamente
amoblada y equipada con todas las necesidades, era realmente hermosa.
Examinaron parte por parte la casa entera, para luego
terminar en la cocina, donde comprobaron la nevera, la cual estaba
completamente cargada. Charlie agarró una manzana y le pidió a Matt que la
llevara hasta la tercera habitación principal (que se encontraba separada de
las primeras dos por una de las habitaciones para invitados), en la que decidió
quedarse. Luego de que la dejaran sola se tomó el tiempo de examinar aquel
extraño habitáculo en el que pasaría la mayor parte de su tiempo, a partir de
ese momento.
Aún olía a pintura, lo que delataba que no hacía mucho
tiempo desde la remodelación. Paralela a la puerta por la que había ingresado
Charlie, había una gran ventana de dos hojas, de un metro y medio de alto por
un metro de ancho. Afuera podía ver el jardín, en el que habían plantado
jazmines y margaritas, las cuales resaltaban bastante en medio de las verdes
hojas.
La habitación en sí era bastante atractiva. Los muebles
eran todos en juego, combinaban negro con ciertas partes en marrón oscuro,
bastante elegante; un placar de al menos dos metros, un amplio escritorio con
una silla giratoria ejecutiva, una cama tipo somier de cabecera negra y sábanas
grises, un zapatero con cajón al lado derecho y una mesita de luz con velador
al lado izquierdo, una cómoda de cinco cajones y dos puertas… todo eso
conformaba el mobiliario de aquel lugar, además de los aparatos electrónicos,
todo estaba en el lugar que le correspondía.
El fuerte viento que entraba por la ventana agitaba el
cortinado gris, que combinaba a la perfección con las blancas pareces y el
mobiliario mayormente oscuro. Charlie cerró las ventabas antes de volver a
salir de la habitación.
Su bolso con la poca ropa que había conseguido para ella,
lo había dejado en la sala y fue allí adónde iba, ya que quería cambiar la ropa
con olor a hospital, por ropa limpia en ese momento.
•••
Adaptarse a una vida sin rutina le resultaba
estresantemente aburrido a Charlie, quien salía de la casa exclusivamente para
sus controles semanales.
En las dos semanas que habían transcurrido, Luke la llevó
tres veces al hospital. Tenía citas marcadas una o dos veces por semana y eran
los únicos momentos en los que ella disfrutaba de la vista exterior.
Llamar por su nombre de pila al Dr. Maxwell había resultado
más cómodo para Charlie, planeaba seguir haciéndolo una vez terminara la odisea
por la que estaban atravesando. Luke se había tomado la molestia de conseguir
un auto para movilizarse por su propia cuenta y también llevar a Charlie a sus
consultas, lo cual lo hacía sin objeciones porque se sentía responsable de todo
el alboroto que se había armado a causa suya. Debía hacerse cargo de ello.
Al finalizar el primer mes, Charlie llegó a la conclusión
de que se sentía mejor. El aire del lugar era increíble, a medida que se
recuperaba de sus heridas también iba llenándose de energía, porque la carga
positiva que recibía la ayudaba a pensar en que todo estaría bien, solo debía
aguantar un poco más y todo recibiría su recompensa.
Luke había contratado a una fisioterapeuta llamada
Valentina para que ayudara a Charlie en su recuperación. Era una chica de 26
años, bajita, de cabello castaño claro y ojos color miel; recién recibida pero
muy buena en su trabajo. Desde un inicio ambas se habían llevado bien y lo
mejor de todo era que gracias a ello, Charlie se iba recuperando más rápido.
A medida que iba progresando, Charlie tomó la decisión de
que no podía seguir encerrada sin hacer nada, vivía simplemente estresada por
tener que esperar, esperaba los días de consulta, esperaba a Valentina,
esperaba solamente recuperarse… Por lo que tomó la iniciativa de buscar alguna
que otra clase particular por los alrededores y analizar cuál sería la más
conveniente, para poder inscribirse una vez esté más recuperada.
Iniciado el tercer mes había recuperado casi por completo
el movimiento normal del brazo y podía caminar por su cuenta pero con muletas
para evitar hacer mucho esfuerzo y terminar con alguna lesión, por lo que luego
de hablar respecto a las clases con Luke, este dio su consentimiento para que
las tome. Le proveyó de una cámara semi profesional a Charlie, ya que ésta
última se había decidido por las clases de fotografía, a las cuales debería
asistir tres veces por semana, más tareas de campo.
Dos semanas después de haber iniciado las clases Charlie se
encontraba con sentimientos encontrados, se dedicaba tiempo completo a recorrer
lugares para fotografiar. Veía cómo otras personas vivían sus vidas felices,
con sus familias y parejas, mientras que ella vivía allí siendo otra persona,
alguien que en realidad ni siquiera existía. Siempre se preguntaba cómo
estarían James, Gabe y David; ansiaba tomarse el atrevimiento de enviarles un
simple correo electrónico y decirles que estaba viva, pero luego se imaginaba
una serie de atrocidades que podrían ocurrir y se calmaba, pensando en otra
cosa.
Ciertos días le resultaban grises y horribles. Amanecía
llorando y Matt le confirmaba en el desayuno que también gritaba durante las
noches. Eran tres los sueños que la atormentaban cuando sucedía; en uno de
ellos se encontraba en su departamento junto con James, cuando de pronto varios
hombres con pasamontañas ingresaban y, pistola en mano, amenazaban a Charlie
con matar a James si no confesaba el escondite del Dr. Maxwell, en ese sueño
alguien siempre daba un paso en falso y terminaban disparando a James en la
cabeza. En otro de sus sueños revivía el accidente, sintiendo de nuevo el dolor
de las balas atravesando su cuerpo. Y el último mostraba a Gabe, David y Matt,
siendo objetivos de los mismos hombres con pasamontañas. Ellos gritaban a
Charlie que confiese el paradero del Dr. Maxwell, pero antes de que pudiera
siquiera argumentar que no sabía nada, terminaban acribillándolos. Siempre
cumplían las amenazas, porque ella nunca sabía la respuesta.
•••
Todo comenzaba a cambiar a mitad del cuarto mes. Charlie se
había hecho amiga de una chica llamada Penélope Bravo y su primo Luc Rossi,
quienes eran sus compañeros en las clases de fotografía. Penélope era una chica
trigueña de cabello castaño oscuro, sus increíbles ojos verdes destacaban más
que cualquier otra parte de su cuerpo. Sus padres eran ambos españoles y nunca
había salido del país, siempre se maravillaba con las mentiras que le contaba
Charlie sobre un Londres que ella inventaba. Luc, por otra parte, era primo de
Penélope, totalmente lo opuesto a lo que era ella; él era blanco, de cabello
negro, con ojos celestes, tenía una sonrisa muy tierna según Charlie. Su padre
era italiano y su madre era española, había vivido hasta los veinte años en
Italia, pero luego se había mudado a España ya que su madre había conseguido un
mejor puesto de trabajo en el país y su padre también amaba España, por lo que
no había vuelto desde ese entonces. Tenían 28 y 30 años respectivamente, ambos
eran amables y se tomaron el trabajo de hacer conocer otros lugares que Charlie
aún no conocía de la ciudad.
—Sarah, ¿te gustaría ir a conocer Barcelona el próximo fin
de semana?
Gracias a que ellos la llamaban Sarah, Charlie terminó
acostumbrándose más rápido, ya que ni siquiera Valentina –quien una vez
finalizado su trabajo dejó de visitarla– la llamó así durante el tiempo en el
que estuvo con ella.
—El próximo fin de semana tengo mi último control en el
hospital —respondió Charlie a modo de disculpa—. ¿Tal vez el siguiente fin de
semana?
Charlie había diseccionado su vida y, elegir qué partes
podía contar y cómo las hilaría con otras partes falsas, no fue una tarea
fácil. Equivocarse de mentira era su mayor miedo ya que le parecía imposible recordar
todo lo que había dicho y lo que no.
Con respecto a sus heridas de bala simplemente les contó
que fue un accidente, se inventó que manipulando el arma de defensa que tenía
Luke había jalado el gatillo hacia sí misma sin saber que no tenía puesto el
seguro y al caer al suelo, cuando lo soltó por el susto, había vuelto a
dispararse de esa forma, pensaba, se justificarían los balazos en el hombro y
en la pierna, pero Luc la había mirado con duda, sin creerla del todo cuando lo
había confesado. Sus profundos ojos celestes le recordaban a James, pero allí
empezaba y, a la vez, terminaba el parecido ya que eran personas totalmente
diferentes.
Cada vez pasaba menos tiempo en la casa, ya sea Penélope, o
Luc, siempre encontraban una excusa para sacarla de allí; más que simples
compañeros de clases se habían convertido en buenos amigos. A veces Charlie se
sentía mal por inventarles una vida que no era la suya, pero cada vez que ellos
la veían deprimida hacían cualquier cosa para levantarle el ánimo, siempre le
recordaban que estaban a su disposición para cualquier cosa que necesite, por
lo que siempre se recordaba a sí misma que ni bien tuviera la oportunidad, les
contaría la verdad y les pediría disculpas por la maraña de mentiras que tuvo
que inventar.
Por otro lado, mientras Charlie comenzaba a aceptar su
nueva vida en España, Matt por su parte, en todo ese tiempo había dedicado sus
días a estudiar y entrenar. Había tomado clases de administración, para hacer
trabajar a su mente y por las tardes iba a clases de taekwondo. No quería que
su mente lo aquejara con recuerdos que en ese momento no sabía cómo afrontar,
por lo que no le daba tiempo a la tristeza para que lo embargue, ya que cuando
llegaba de sus prácticas comía algo, tomaba su proteína y luego iba a dormir
hasta el día siguiente en el que su rutina era la misma.
Luke, por el contrario, intercalaba días de ocio con
salidas sin anuncio. Ciertos días se pasaba viendo series, o leyendo y, otros,
simplemente desaparecía de la casa sin reportarse. Matt y Charlie nunca sabían
adónde iba exactamente porque nunca dejaba nada dicho ni reportaba su paradero.
Sencillamente se esfumaba de la casa.
—Ojalá esté teniendo una aventura —dijo Matt un día a modo
de comentario, durante el almuerzo. Charlie había soltado una carcajada.
Ese mismo día ella había estado pensando demasiado con
respecto a todo, no estaba deprimida, era solo uno de esos días en los que
analizaba con detenimiento lo sucedido en el tiempo ya transcurrido desde
habían llegado a ese país.
—¿Extrañas a David, o a Gabe? —le preguntó a Matt, con curiosidad,
sin intención de lastimarlo.
Luego de unos minutos de silencio, a la expectativa de
Charlie, Matt la miró y entornó los ojos.
—Es lo mismo que te pregunte a ti si extrañas a James, una
pregunta algo estúpida —respondió sin maldad, sonriendo comprensivamente.
Charlie asintió, pensando en James, pensando en cuál había
sido su último tema de conversación aquella mañana del accidente, pero no lo
recordaba. Jugaba con su comida a medida que meditaba sobre ese simple momento,
pero lo único que lograba rememorar era el instante en el que se despedían y él
le había dicho que la amaba.
—Tienes razón, lo siento —acotó absorta en sus pensamientos.
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Edición final.
Fecha: 13/07/16.
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