Some things that I have to say...


Una de las cosas que más odié toda mi vida, y sigo odiando es el hecho de que mi mamá esté muerta. Porque cada vez que conozco a alguien nuevo y me pregunta por ella, al contarle me mira como perrito de la calle, con lástima (algo que odio). Y yo no necesito la lástima de nadie. O es eso o no saben cómo seguir abordando el tema. Pasé por eso y sigo pasando y seguiré pasando. Es como que la gente lo toma como un tabú, algo de lo cual no se puede hablar, cuando para mí se ha vuelto lo más normal del mundo. Son ya catorce años desde que ella murió, y cuando me hablan del tema me siguen tratando como a una niña de siete años.
            Odio cuando me dicen “Tu mamá hubiera querido tal y tal cosa”. Bueno, pues lo siento. Ella no está, yo no la conocí, entonces no puedo saber si es cierto o no; la única que puede confirmar eso es ella misma, pero no está. A veces, cuando me pongo triste por algo y me largo a llorar por lo que me pasa, pienso en ella y lloro aún más, pero la verdad es que luego de analizar eso… es como si llorara por un fantasma. La extraño y realmente no sé por qué; supongo es innato, pero es como si extrañara a un fantasma. La verdad es que hubiera preferido no haberla conocido. ¿Qué más quieren que diga? Estoy harta de mentir, de hacer como si me interesara lo que la gente me dice de ella. Tal vez mis tíos tengan razón en muchas cosas cuando me hablan de ella, pero, como dije anteriormente, yo no puedo confirmarlo. No lo sé, nunca lo sabré. Entonces… ¿cuál es el punto de todo esto? ¿A qué quiero llegar? Capaz a nada, simplemente necesito descargarme sobre el tema, como ayer fue el día de las madres y todo eso.
            Ni siquiera recuerdo la última vez que fui a visitarla al cementerio, odio de una manera sobrenatural los cementerios, no es un lugar muy agradable en sí, pero hay personas a las que les encanta ir, yo no. Yo los odio. Escuché reclamos de tantas personas por el hecho de no ir a “visitarla”, pero… no me interesa y si no nace de mí, no lo voy a hacer por obligación. Odio los velorios, odio los entierros… por ende, odio los cementerios.
            Le hablo, sí, lo hago, pero pienso que es más por costumbre que por cualquier otra cosa. De pequeña tenía un amigo invisible, supongo que todos tuvimos uno de niños, pero de un momento a otro de conversar con ese “amigo invisible”, pasó a ser algo tipo:
—Mom, help pls.
Me crié en una familia “católica”. Pero encuentro tantas fugas en todas las religiones que ni siquiera sé si creo o no en Dios, Jesús, en los santos, en un ser superior… o peor aún, en mi mamá. Pero siento algo innato en cuanto a reacciones tipo “¡Dios mío!”, o, “¡Jesús!”, o ese tipo de cosas.
Volviendo al  tema principal… Una frase de la canción Flaws de Bastille dice “There’s a hole in my soul, I can’t fill it, I can’t fill it”. Bueno, pues esa frase define exactamente mi situación en cuánto a mi mamá, está muerta, y no puedo hacer nada para remediarlo, ¿verdad?
Hacer comentarios con amigos del tipo “Por suerte no tengo mamá” son grotescos y malvados, pero ¿qué hacer? Es mi forma de ser y cierto tipo de comentarios desubicados me salen de forma espontánea, no es que piense dos veces antes de decirlo.
Ojalá la gente dejara de sentir pena, lástima por mí… ojalá dejaran de decirme lo que hubiera querido o no mi mamá. No la conozco, no llegué a conocerla. No sé cuáles eran sus ambiciones, no sé cuáles eran sus preocupaciones. No sé quién fue esa mujer que me dio la vida. No sé quién mierda era esa mujer, no sé qué clase de persona era y nunca voy a llegar a saberlo porque ya no está. Y no hay solución ni respuestas a todo eso. Y, aunque las haya,  esta altura del campeonato ya no me interesa porque pasó demasiado tiempo como para, ahora, preocuparme por ello.

16/05/2016
PS: Happy mother's day.

Necesidad Imperiosa.

¿La verdad? Siempre creí que él sería la última persona en la que me fijaría. Pero el caso es que él es la única persona que siempre estuvo a mi lado. En todo momento, desde que nos conocimos.
Luego de diez años de ser amigos nos hicimos novios, hasta ahora. Y espero que sigamos así, porque si lo pierdo sería un golpe demasiado fuerte, no creo poder soportarlo.
Recuerdo con claridad el día en que me llamaron a la sala de profesores, yo estaba en el primer año de la secundaria, había obtenido una baja puntuación en el examen de matemáticas y pensé que llamaron a mi madre para hablarle al respecto. Demasiado temerosa fui, pero allí me encontré con él. Un estudiante casi sobresaliente, un año mayor, estaba hablando con el profesor que me mandó a llamar por lo que me coloqué a su lado esperando que se percatara de que había llegado.
—¿Estás aquí? —Me dijo el profesor—. Te presento a Matthew, él será tu tutor de matemáticas por lo que resta del semestre, necesita hacer algo de servicio social y pensé que sería una buena idea si te ayuda con eso.
Miré a Matthew de manera poco convincente. Él soltó un suspiro de frustración y asintió con la cabeza. Me preguntaba qué habrá hecho un chico como él para ganarse de castigo el servicio social. 
Asentí simplemente con la cabeza y quedé expectante a que el profesor me dé más indicaciones o haga más comentarios.
—Ella es Abby, sé que podrás ayudarla porque tienes muy buenas técnicas de estudio. Si ella no obtiene el promedio medio en este semestre, recuerda que tú no obtendrás tu carta de recomendación, así que háganlo bien juntos y ayúdense mutuamente —sentenció.
Obviamente yo no sabía de qué carta de recomendación hablaban en ese entonces, pero dos años más tarde lo entendí todo a la perfección. 
Desde aquel entonces empezamos a convivir juntos, prácticamente. Para estudiar como se debía era necesario encontrarnos luego de las clases, por lo que yo iba a su casa o él iba a la mía. Al inicio todo fue complicado, pero una vez que le tomé confianza y entendía lo que me explicaba… no quise dejarlo más. Nos hicimos muy buenos amigos. Como iba y venía de una casa a otra conocí a su familia y él conoció a mi madre, que era la única familia que yo tenía. Mi padre había fallecido cuando era pequeña, mis abuelos paternos murieron poco después y ni siquiera llegué a conocer a mis abuelos maternos porque fallecieron cuando mi madre era joven. Solo estábamos ella y yo para sostenernos la una a la otra.  Por parte de Matthew… él tenía a una hermana enferma y a su madre, quien se pasaba todo el día fuera de casa trabajando para pagar la matrícula de Matt y los exámenes médicos de Zoey. Su hermana fue su única y suficiente motivación para estudiar mucho, desde pequeño, y convertirse en médico, según me había contado. Quería curar a su hermana y hacer que viva una vida normal ya que constantemente iba y venía del hospital, cosa que no era nada normal.
Actualmente se encontraba en su último año de residencia. Si todo iba bien, el año que viene se convertiría en un doctor con todas las letras, pero ahora mismo ya era bastante renombrado por tener habilidades increíbles en su rama. Cirugía general. 
Hace no mucho tiempo, en su quinto año de universidad, lo había visto derrumbarse por completo. Temí por él, vivió un tiempo difícil por una chica que lo había abandonado. No pude creer cuando le sucedió eso, estaba en el climax de su carrera y si no hubiera estado yo allí, el no estaría aquí ahora mismo. Al terminar su carrera e iniciar su residencia me había dicho que luego de mucho analizarlo estaba dispuesto a intentar algo conmigo. Recuerdo que me había tomado por sorpresa porque la verdad no lo esperaba. Yo siempre lo quise pero cuando inició su relación con aquella chica me di por vencida, pensé que sería mi fin. Luego de terminar con ella dijo que no quería volver a enamorarse, por lo que no quise abrumarlo con mis estupideces. Pero un día llegó a mi casa bien arreglado, me dijo que me alistara porque saldríamos a comer.
Era normal que él y yo saliéramos a comer por lo que no le presté demasiada atención y simplemente fui detrás de él. Pero actuaba de manera diferente era como si estuviera a punto de decirme que se iría a algún lugar para no volver. Terminamos en un restaurant al que nunca fuimos y allí me habló de nuestros recuerdos…
—¿Alguna vez quisiste alejarte de mí durante estos diez años? —me preguntó.
Lo miré extrañada.
—Matt, ¿de qué hablas? ¿Has tomado?
—Respóndeme, quiero decirte algo importante pero quiero primero que digas si lo quisiste o no —dijo, serio.
Yo ladeé la cabeza y lo miré fijamente. Sus rasgos eran hermosos en ese momento, su cabello marrón estaba bien peinado, no desprolijo como lo lleva ahora que es un residente. Sus ojos brillaban, era un brillo especial del cual no me había percatado. Su tez olivácea era perfecta. Recordaba todos los momentos en los que acaricié su mejilla de distintas formas. Un día cuando me dijo que estaba gorda le di un puñetazo a la cara. Creo que se lo esperaba, pero me lo dijo con sinceridad por lo que lo llevé a mi casa y le puse rápidamente una crema cicatrizante para que no le quede el moretón, pero fue inútil. Me sentí bastante mal por ello. Y cómo olvidar cuando se largó a llorar sobre mi hombro, le sequé las lágrimas y le dije que la vida no se terminaba por una persona, pero creo que si me dijeran eso en el caso de que Matt terminara conmigo le rompería la cara a la persona que me lo diga. Ahora lo comprendo, porque de verdad lo amo. Lo único que yo había logrado en ese momento fue que llorara más. Me había quedado a dormir con él para cuidarlo, no podría haberlo dejado así sin más. Desde que él había dejado el colegio su madre empezó a preocuparse menos por él, por lo que yo lo ayudaba en lo que pudiera o necesitara. Nunca se me ocurrió abandonarlo. Jamás. Ni siquiera cuando se puso de novio. Por lo que eso fue lo que le respondí.
—No —respondí, negando con la cabeza. Sus ojos brillaron aún más. Se le notaba ansioso—. Ni siquiera cuando te pusiste de novio me creí capaz de alejarme de ti. Aunque no te voy a negar que me puso feliz… —dudé ante la mentira, no estuve para nada feliz, pero lo simulé— el hecho de que te consigas alguien con quién estar.
Ni en veinte años me imaginé jamás que ese día terminaría de la forma en la que terminó.
—Eres la única persona que me conoce y me acepta tal como soy —agregué—, ¿cómo quieres que me vaya y encuentre a alguien como tú? —le pregunté soltando una carcajada leve.
Él sonrió y repitió lo que había dicho primero.
—Eres la única persona que me conoce y me acepta como soy, en diez años —dijo.
—Matt, ¿qué te sucede? —lo miré curiosa.
—Simplemente hice un análisis completo de mi vida —empezó diciendo—. Y llegué a la conclusión de que eres perfecta para vivir conmigo. 
—Matt, vivo prácticamente contigo —volví a reír.
—Quiero que seas mi novia —me dijo sacando de un bolsillo una cajita cuadrada. Al abrirla había un anillo sencillo, creo que era de oro blanco con una pequeña incrustación azul.
Él amaba el azul. 
Me había quedado congelada en ese mismo instante. No era una broma y no iba a hacerme de la simpática preguntándole si lo era.
—Abby…
—Matt… ¿sabes desde cuándo te amo?
Creo que en ese momento fui yo la que lo descolocó. Lo amaba desde que me di cuenta de que no lo tendría más a mi lado en el colegio. 
El restaurante en el que estábamos tenía una increíble vista al océano. Llamé al mozo y le pedí la cuenta. Matt se había quedado en silencio, mirando y jugueteando con el anillo. Luego de pagar me levanté de la silla y le tomé de la mano para llevarlo conmigo. Quería acercarme al agua. Escuchar el sonido de las olas… 
Fuimos caminando, tomados de la mano hasta la playa, en donde me saqué mis deportivas y las dejé a un lado. Alcé mis jeans hasta mis pantorrillas y me acerqué al agua. Matt hizo lo mismo y se acercó a mí. No nos habíamos dicho nada más. No hacían falta palabras porque sabíamos lo que sentíamos el uno hacia el otro. Por fin le había confesado que lo quería.
Me tomó de la mano y me estiró hacia él. Frente a frente.
Era al menos unos diez centímetros más alto que yo, por lo que tenía que subir un poco la vista para mirarlo bien y él tenía que bajar la cabeza. Con la mano libre le acaricié la mejilla. Hacía mucho tiempo no lo tocaba delicadamente.
Uno de sus días libres de la facultad había llegado a casa como si nada. Con una pila enorme de libros y una bolsa con compras del super. En mi casa por lo general me encontraba solamente yo, de forma que si llegaba con sus libros, significaba que quería estudiar tranquilo. No es que en su casa no pudiera, pero amaba hablar largos ratos con su hermana y eso no lo dejaba estudiar. No le había dicho nada. Lo dejé pasar y me puse a cocinar mientras que él se acomodaba en el escritorio de la sala, lo alimenté y me dediqué la tarde entera a leer un libro. Alrededor de las nueve de la noche terminé el libro y fui hasta él para preguntarle si no tenía hambre. Pero me lo encontré durmiendo sobre dos libros. No quise molestarlo porque se veía hermoso durmiendo. Acerqué una silla hasta él y me senté a su lado a verlo dormir. Su piel me volvía loca, era hermoso. Le acaricié la mejilla suavemente y cuando me di cuenta de que se estaba despertando tomé sus hojas sueltas desperdigadas por el escritorio y comencé a ordenarlas.
Lo miré como si nada cuando empezó a abrir los ojos, al darse cuenta de que estaba allí se acomodó sobre mi hombro.
—¿Qué hora es? —me preguntó.
—Casi las diez —le respondí. 
—Tengo guardia a la media noche. Zoey no quiere quedarse sola.
—¿Quieres que te haga de almohada hasta las once treinta de la noche? —le pregunté sonriendo.
—¿Podrás? —se había acomodado mejor en mi hombro.
—El sofá creo que sí, yo, lo dudo mucho.
Abrió los ojos y se levantó del escritorio, fue dando tumbos hasta llegar al sofá en el que se quedó dormido nada más con tocarlo.
Hora y media después lo desperté para que vuelva a su casa. Pero él no quería levantarse. Lo tomé del brazo y amenacé con echarlo.
—Ya, suficiente. Levántate —estiré de su brazo para echarlo pero me estiró hacia él, y me tumbó a su lado en el sofá. Me abrazó fuerte y ahí me dejó, sin decirme nada más.
—Matt —dije suavemente. Estaba pegada a su pecho. Escuchaba el latir de su corazón y era muy tranquilizante.
De pronto su teléfono comenzó a sonar y eso lo sacó de su ensoñación.
—¡Quién demonios me obligó a estudiar esto! —exclamó levantándose y recogiendo sus cosas lo más rápido que podía.
Me levanté detrás de él y fui a abrirle la puerta ya que estaba como alma que lleva el diablo. Cuando se acercaba a la puerta se detuvo para darme un beso en la frente y agitó la mano a modo de despedida.
—Gracias por dejarme estar aquí ¡te amo! —dijo como si nada, y salió corriendo.
En aquel entonces fue un puñetazo en la cara.
Pero cuando lo tuve conmigo, frente a mí, en la playa… la felicidad invadió mi cuerpo por completo. 
Me había dado un beso en la frente, pero esta vez muy suave y delicadamente. Cerré mis ojos y sentí todo el amor que expresaba ese gesto. Me tomó de la barbilla luego de separarse de mí y yo tomé su rostro entre mis manos. Sus ojos brillaban. Él no tenía idea de lo agradecida que estaba. Acaricié cada parte de su rostro, milímetro a milímetro, él sonreía al igual que yo. Mi corazón se agitaba, latía tan rápido que tenía miedo de que saliera de mi pecho. Llevé mis manos hasta su cuello y entrelacé los dedos en su nuca, lo estiré hacia mí hasta que su nariz tocó la mía.
—¿Desde que me conociste? —Me preguntó sonriendo.
—No —le respondí—, pero más o menos.
Y simplemente me besó.
Primero suavemente, luego lo intensificó. Fue como si hubiera estado mucho tiempo deshidratada y por fin me dieran agua para beber, era como una necesidad tenerlo a mi lado. Me apretó a él y me alzó sobre sus pies, él también me necesitaba y eso me hizo feliz.
Redacción: 03-05/Agosto/2015

No te enamores…

Recuerdo a la perfección aquel día en el que por primera vez habíamos cruzado nuestras miradas; no fue mi intención quedarme embelesada, pero no pude hacer nada. Recuerdo aún que cuando desviaste la vista un fuerte viento había soplado, alborotando tu cabello en ese entonces rojo, y abriendo tu flequillo, dejando a la vista tu frente. Tuve una mejor perspectiva de tus ojos que brillaban, pero brillaban por la persona que se encontraba a tu lado. No pude hacer nada, por lo que dejé pasar todo lo sucedido. Nunca se me cruzó por la cabeza hablarte, ni llamar tu atención; me gustaba mirarte de lejos, todos los días, como una maniática. Me gustaba hacerlo porque tú no lo sabías y yo me conformaba con eso. Era tan simple… el verte a diario sentado en el parque desde el  ventanal de la oficina me hacía sentir bien, por más de que alguien esté a tu lado. Vivía en mi propio mundo, tal vez no contigo, pero sí me imaginaba uno alterno al real, gracias a ti… me inspirabas a vivir un sueño más. Uno de paz.
Cuando empezaste a llegar solo tu semblante era otro, uno muy diferente. Tus ojos ya no brillaban y en momentos llorabas, te estabas derrumbando, lo podría decir cualquiera que te hubiera visto en ese entonces. Teñiste tu cabello en negro, pero dejaste vestigios del rojo que tanto te trajo felicidad.
Recuerdo que la segunda vez en que me topé contigo, fue también la primera vez que me dirigiste la palabra, y me tocaste. Estaba pasando por el parque al salir del trabajo, era tarde, la noche ya había caído; yo estaba cargada de trabajo que debía terminar en casa y tu estabas en una de las hamacas, llorando en silencio. Quise ir a secarte las lágrimas pero no me atrevía. Era una desconocida para tí aunque yo te conociera, aunque también el “conocer” implique demasiadas cosas yo consideraba que te conocía. Te vi llegar a ese parque todos los días durante tres meses, feliz, pero cuando comenzaste a llegar solo durante las últimas dos semanas estabas… mal. Tu mirada emanaba tristeza, soledad…
Me había quedado pensando en ti mientras te veía cuando de pronto abriste los ojos y fijaste la vista en mí. Cargada con mis cosas dí dos pasos y terminé en el suelo al tropezar con mi propio pie por la prisa. Le rogué a los cielos que me tragara la tierra y que me ignoraras, pero desde el primer día en el que llegaste al parque me di cuenta de que no eras una persona común. La atención que le brindabas a la persona con la que estabas era tan única, tan especial… o, no solo a ella. Un día le diste de comer y de beber a un perro que habías encontrado al llegar al parque. Demasiada bondad para una sola alma. Te secaste las lágrimas por ti mismo y viniste corriendo a ayudarme. «¿Te encuentras bien?» me habías preguntado. Yo simplemente asentí con la cabeza por la vergüenza mientras recogía mis cosas para ponerme de pie, me tomaste del antebrazo izquierdo y me ayudaste, ¿cómo olvidar ese gesto?
«¿Vives cerca? ¿No quieres que te ayude a llevar algo? Suelo verte trabajando arriba», señaló el edificio de la editorial, en el que se encontraba mi oficina. Yo miré también hacia allí pero de inmediato negué con la cabeza: «Estoy bien, gracias», respondí. «Vivo cerca, por lo que estoy acostumbrada a llevarlos», agregué. «Te acompaño» me dijiste con una sonrisa comprensiva en el rostro, negándome los documentos y las carpetas que habías tomado entre tus brazos. Me imaginé a mí misma oliendo esos documentos una vez los tenga en mano, el simple hecho de conocer tu olor me causaba tanta curiosidad, que había olvidado procesar lo melodiosa que era tu voz.
Me imaginé que te gustaría cantar, sonreí como una tonta mientras negaba con la cabeza y caminaba dando tumbos por los tacones. Solté una maldición entre dientes porque no daba con el dolor que sentía en los pies. Dejando en el suelo todas las cosas que tenía en mi mano te pedí disculpas y me recargué sobre tu hombro, me saqué primero un tacón y luego otro. Tú soltaste una carcajada baja, yo te ignoré, pero no pude evitar mirarte. Sonreíste.
Y algo se despertó en mí.
Algo se activó, algo hizo “click”.
Ese algo fue a incrustarse en lo profundo de mi ser. Me negué a recibirlo, pero no pude evitarlo.
Tomé de nuevo todas mis cosas mientras tú me mirabas atentamente. Descalza, con los tacones en una mano y los documentos en el otro brazo reanudé la caminata, caminé un poco más rápido que tú porque no quería mirarte a la cara y porque no quería aceptar que en ese momento me estaba enamorando de ti. No quise que sucediera, me negué totalmente a la idea.
Cuando ya hubimos llegado a mi casa te ofrecí algo para beber, no quería ser maleducada contigo luego de haberme ayudado con mis cosas, pero te negaste. Estabas saliendo por la puerta como si nada cuando corrí hasta ti y te pregunté cuál era tu nombre. «No tengo nombre, porque los nombres te atan a algo. Yo no quiero atarme a nada ni a nadie nunca más», fue lo que me respondiste antes de desaparecer y no volver nunca más al parque en el que te solía ver cada día.
Redactado: 06-07/Agosto/2015

 
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