Excusas Válidas

Aquella noche de camping había sido extremadamente sencilla, pero hermosa. Recuerdo que era hora de dormir pero no podíamos, ninguno de los dos. ¿No era nuestro lugar? No sé, pero fue divertida la forma en que creamos una situación y divagamos por un largo rato, hasta que me propusiste algo.
—¿Quieres escucharme cantar? —habías preguntado.
Yo, bastante emocionada accedí a ello. Amaba tu voz, así que no me opondría por más de que me amenazaran a muerte.
La música, una de las cosas más hermosas que existe en el mundo, jamás me negaría a ella y menos si proviene de ti.
Cantaste una de tus baladas favoritas y fue bonito verte hacerlo. Sonreí como idiota mientras escuchaba tu voz. Era como transportarse a otra dimensión; como si solo existiéramos tú y yo en el mundo.
Al terminar la canción yo me encontraba dormitando. Escuché tu leve risa, antes de que te pongas espaldas a mí. Podía sentir el calor de tu cuerpo a través de las mantas. Necesitaba hacer algo, pero no podía, no me atrevía. Abrí los ojos y bufé algo frustrada por un momento.
—¿Sucede algo? —preguntaste preocupado. Yo negué con la cabeza e inventé una mitad excusa, mitad verdad, para cometer mi hecho.
—Necesito la almohada a la que suelo abrazar para dormir tranquila —fue lo que dije.
No era una excusa del todo, solía dormir con una almohada en mis brazos, pero en ese momento no era lo que necesitaba. Quería abrazarte. Necesitaba sentir tu cuerpo pegado al mío. Era lo más que podía acercarme a ti.
—¿Quieres abrazarme? Digo… —agregaste rápidamente— ya que no tienes tu almohada aquí contigo.
Tu pregunta me tomó por sorpresa, por lo que me sonrojé, no sabía cómo actuar ante tanta inocencia. ¿Por qué hiciste eso? Cada vez que lo recuerdo una sonrisa surca mi rostro, como ahora. Fue algo infantil, por parte de ambos, actuar de esa forma; pero lo quería.
Lentamente pasé mi brazo alrededor de tu cintura, tú te apegaste más a mí y pusiste tu mano sobre la mía. Mi corazón palpitó a mil y tuve miedo de que lo sintieras, no tendría explicación si lo notabas.
Aquella noche fue única.

No recuerdo cómo desperté o si alguno de nuestros compañeros de la universidad nos habrán escuchado. Solo recuerdo tu voz, tu sonrisa y tu hermoso rostro, dándome la calidez que nunca, antes de conocerte, había sentido.

First String

                Una página más, un trazo más, una palabra más… todo tenía que ver con cuadernos y libros. Esa era mi vida; aburrida. Estaba acostumbrada a la rutina que me tocó vivir; despertar, desayunar, ir a la escuela, ir al hospital, regresar a casa, asearme, hacer tareas, descansar. Al día siguiente era lo mismo, despertar, desayunar, ir a la escuela, ir al hospital, regresar a casa, asearme, hacer tareas, descansar y así, hasta que terminé la escuela primaria y conocí a alguien.
                Algo molesto, al terminar las clases me preguntó si iría de nuevo al hospital, yo no sabía cómo tomarlo, era el único lugar al que podía ir. Le pregunté si tenía que explicarse lo de nuevo, porque ya se lo había explicado cuando nos conocimos. Soltó un leve suspiro, agachando la cabeza, luego me miró expresando duda.
                —¿Te molestaría si voy contigo?
                Negué con la cabeza mientras sonreía. Me gustaba tenerlo a mi lado, era divertido, bueno… y por sobre todo le gustaba mi compañía. Le gustaba la compañía de una marginada que siempre escapaba de todo y todos yendo al hospital a visitar a un padre en estado vegetativo. Todos me preguntaban hasta cuando iría allí; yo nunca respondía. En mi cabeza no cabía la posibilidad de ver a mi padre en una tumba, pero era lo que los doctores querían. Deshacerse de un cuerpo que ya no servía.
                Esa habitación de hospital era como mi lugar de relax, allí leía, dibujaba y escribía historias. Era la primera vez que lo compartiría con alguien, nunca pensé que sucedería. Aquella primera vez con alguien más, que no fuera mi padre, en esa sala fue bastante extraña. Estaba acostumbrada a la tranquilidad, pero él hizo que el tiempo pasara más rápido de lo normal y también fue más divertido. Los mangas que leía cuando estaba deprimida no servían demasiado. Seis de cada diez veces que iba, terminaba llorando. Pero con él, a partir de ese momento, no volvió a suceder.
                Pasaron tres años, hasta que él me anunció que tenía que viajar al otro lado del mundo. No sé en qué momento pasó, pero nuestra relación era más que una de amigos. Nos tomábamos de las manos y a diario nos abrazábamos como si nada. ¿Eso hacían los amigos? Siempre me hacía esa pregunta a mí misma, porque él me dejaba en claro que éramos sólo eso. ¿Yo quería que seamos solo eso? La verdad no, pero era algo tarde para decirlo.
                Aquel último día suyo en el país fue bastante raro. Soporté por mucho tiempo pasar todos los días en una sala de hospital. Pedí que desconectaran a mi padre, los doctores en un principio se sorprendieron bastante, pero rápidamente lo hicieron. No habría funeral. Simplemente lo enterrarían discretamente. Él me acompañó al cementerio, me dijo que quería hacer algo por mí ése último día, así que estuvo conmigo. Entrada la noche, era hora de que vaya al aeropuerto. Fui con él a buscar sus cosas a su casa y su madre me recibió de mala manera. Había pasado todo el día conmigo, era natural.
                Horas después, ya en el aeropuerto no quería separarme de él. Se iría para no volver y yo no sabía cómo tomarlo. Cuando él estaba a punto de abordar, me entregó un paquete que había tenido entre sus manos todo el tiempo. Lo miré con curiosidad y cuando iba a abrirlo, me detuvo.
                —No —me dijo–. Hazlo cuando estés en casa. Cuando yo ya esté lejos de aquí.
                —Henry… —susurré.
                Puso un dedo sobre mis labios y me hizo mirarlo fijamente a los ojos. Interrumpió la conexión para darme un cálido abrazo. Lo sentí en todo mi cuerpo. No quería dejarlo ir, pero era hora. Una segunda llamada para los pasajeros del vuelo con destino a Seúl, Corea causó una tensión en él. Seguía pegado a mí, por lo que no fue muy difícil darse cuenta de eso.
                Me deshice de su abrazo y tomé su rostro entre mis brazos, con una lágrima corriendo por mi mejilla, me acerqué lentamente a él y le di un suave beso. Le di tiempo para que lo evitara si quisiera, pero no lo hizo. Hundí mi rostro en su cuello mientras él volvía a abrazarme.
                —No te vayas —sollocé entre lágrimas.
                —Cuídate mucho, ¿sí? —me hizo mirarlo fijamente—. No permitas que te vuelvan a lastimar, ¿entiendes? —ésta vez fue él quien me besó—. No me olvides, porque yo no te olvidaré.
                Asentí con la cabeza y me aferré a la caja que me había dado mientras lo veía desaparecer tras la puerta de abordaje.

                Aquel día había vuelto a casa hecha una Magdalena. Mi madre se encontraba en el hospital, trabajando, así que estaría sola. Fui directo a mi cama y me tiré a llorar. Me había quedado dormida cerca de las tres de la madrugada por lo que no había abierto la caja.
                Ya por la tarde, cuando me desperté, lo primero que hice fue darme una ducha, después de salir comí algo y fui a mi habitación, a abrir el regalo que me había dejado.
                Corté la cinta y al abrirla, me encontré con varias hojas sueltas, eran sus apuntes de las clases de violín, eran las primeras letras que había escrito y sus discos en los que se había grabado a sí mismo cantando acapella canciones de su autoría. Lo conocía todo, excepto un pequeño sobre rojo en el que estaba escrito mi nombre. Lo abrí y me encontré con una nota que él había escrito. Era su letra.

Sabes que sin las cuerdas de mi violín no podría crear música, ¿verdad?
También sabes para qué viajo a Corea, ¿verdad?
Allí seré famoso, muchas personas me querrán, siempre fue mi sueño, lo sabes.
Pero hay algo que no sabes. Tú eres mi primera cuerda.
Mi primera String, porque así llamaré a mis fans cuando sea famoso.
Fuiste alguien que siempre estuvo a mi lado cuando lo necesitaba.
¿Recuerdas cómo nos conocimos? Tropecé ante ti en una tienda de comida.
Te hice reír cuando estabas llorando, aquel día.
Después de poco tiempo nos convertimos en compañeros de clase.
Sí que tuve suerte en eso. Había hecho lo imposible porque me pusieran en tu misma clase.
Creo que eso no lo sabías, ¿oops?
La última canción que he escrito la titulé I Would. Es para ti.
También la grabé, espero que te guste. Gracias por todo, es lo único que puedo decirte.
No me olvides, por favor. Yo no lo haré y algún día, cuando sea famoso, te visitaré.
Lo prometo.
Te amo.
Henry.

                Después de tanto tiempo transcurrido, y con todo lo que ha logrado, me pregunto cuántas mujeres se habrán enamorado de él. Cuántas le habrán confesado su amor. A cuántas le habrá sonreído y aceptado. Desde que partió, el tiempo transcurrió lento, un año eran cinco para mí, jamás dejé de pensar en él y jamás dejaré de hacerlo. Fue la única persona que cuando más sola estaba, se acercó a mí. Le debo mucho, por lo que jamás dejaré de ser su primera String.

Crear. Destruir.

                El ser humano, desde un principio, nunca fue un ser creado para vivir eternamente. Fue creado para vivir durante un periodo relativamente considerable. Tiene el poder para crear y destruir lo que quiera a su antojo. Pero… ¿por qué crear instrumentos para su autodestrucción? ¿Por qué se quieren autodestruir? Drogas, alcohol… los vicios en general son instrumentos que a largo o corto plazo termina destruyéndonos. Existen tantas hermosas creaciones que merecen ser valoradas mucho más. El arte, la música, las letras… ¿Por qué destruirnos la vida con cosas que no necesitamos para vivir? Mientras tengamos el amor de las personas que nos aprecian, todo estará bien; incluso si estemos pasando por los momentos más dolorosos de nuestras vidas.

De Blanco A Negro.

Recuerdo que en aquella noche todo fue perfecto. Una cena a la luz de la luna y unas cuantas velas. Él estaba vestido con hermoso traje negro, yo ni siquiera sabía adónde iba, por lo que me puse un jean azul, unas converse negras y sobre mi polo gris una enorme campera negra. Era suya, olía a él, por lo que me la puse. Cuando llegué a la azotea de aquel lujoso hotel dudé en abrir la puerta, pero lo hice después de calmar mi ansiedad. El viento azotó con fuerza mi cabello y yo cerré mis ojos al instante. Escuché una leve risita escondida en ese momento. Abrí los ojos y lo encontré parado ahí. Su vestimenta me había dejando estupefacta. ¿Qué hacía él vestido de traje?
Me tendió su mano y salí fuera. El cielo estaba nublado, pero a él no le importó eso. Estaba feliz, porque estaba conmigo. No podía entender cómo una persona podía sentirse tan feliz con mi presencia. Nunca le había importado a nadie, pero él se sentía feliz al verme, y a mí me ponía feliz verlo a él.
Me llevó hasta una mesa que estaba cerca del borde de la azotea. La vista era perfecta. Las luces de la ciudad con las tenues luces de las velas que se agitaban por el viento hacían todo tan magnífico. Mientras yo miraba anonadada la hermosa vista él me invitó a tomar asiento, retirando la silla que se encontraba a mi costado. Miré al cielo y fue todo tan hermoso. Fue como si la luna quisiera presenciar ese momento, se hizo presente. Las nubes dieron paso a la luna para que su luz nos ilumine.
Durante media hora nos mantuvimos conversando y sonriendo sonrojados como idiotas. Nos amábamos, eso era todo. Nos sirvieron la exquisita cena que él había ordenado especialmente para éste momento. Nos sirvieron champagne y no me di cuenta sino hasta haberlo bebido por completo, que en el fondo de la copa había un hermoso  anillo. Lo miré sorprendida y él me miró con una amplia sonrisa. Me pidió que le pasara la copa y lo hice, sacó el anillo, lo mojó con agua y luego lo secó para que no se quede pegajoso. Me reí por ese hecho. Creo que fue algo estúpido haberlo metido en una copa de champagne, pero ambos éramos estúpidos y nos amábamos por ese hecho.
Se puso de pie y se acercó hasta mi asiento. Me pidió mi mano y se la tendí. Esto fue patético pero hermoso. No pude con mi vida cuando las únicas palabras que, durante tres años quise escuchar, fueron pronunciadas por sus labios.
—¿Me harías el honor de ser mi esposa? —Había preguntado tiernamente.
Me sentí la mujer más feliz del mundo en ese entonces. Él siempre había estado a mi lado, a partir del día en el que me pidió que seamos novios. Después de tres años, de aquel entonces, por fin me había pedido matrimonio.
Meses después, preparativos iban, preparativos venían. A veces me quejaba de que todo era tan estresante, pero era feliz. Iba a cumplir mi sueño de vestirme de blanco, estar frente a un altar con la persona que más amaba y más me amó en éste mundo. Pero todo eso fue arruinado en un abrir y cerrar de ojos.

Ahora él ya no se encuentra a mi lado. Se encuentra a metros bajo la tierra, con flores sobre su tumba. ¿En qué momento dejé que pasara esto? Él y yo teníamos que volvernos viejos juntos. La muerte tenía que llevarnos a ambos de una vez. Yo tenía que vestirme de blanco, no de negro. Ahora me pregunto si la vida es justa de verdad.

Sueño ligero.

                Durante esa noche, él estaba muy inquieto en la cama. Yo, que tenía el sueño muy pesado, me había despertado por él.
—¿Sucede algo, cariño? —Le pregunté semi consciente.
—No puedo dormir —contestó simplemente.
                Me quedé sentada, cargándome sobre mis brazos mientras lo miraba tratando de no dormirme. Él estaba sentado, con la expresión pensativa. Intentaba cansarse pensando, nunca supe si alguna vez lo logró. De repente lo abracé y le di un beso en la mejilla. Él sorprendido quedó mirándome inexpresivo.
                —Tengo frío —le dije.
                Era otoño, y yo sentía un poco de frío, por más de que el departamento estaba completamente cerrado. Él me abrazó a sí mismo y nos recostamos en la cama, estiró el cobertor y nos tapó a ambos.
                —¿Qué tal ahora? —preguntó.
                —Mejor —le sonreí—. Me molesta que tengas el sueño ligero y no puedas dormir, intenta hacerlo de nuevo —lo miré significativamente.
                Él quedó mirándome fijamente, yo me abracé más a él y recosté mi cabeza sobre su brazo.
                —Si te despiertas, despiértame. Algunos mimos nunca vienen demás.
                Le di un beso en los labios y cerré mis ojos.
                —¿Qué viste en mí? —me preguntó él de pronto.
                Yo abrí los ojos y quedé observándolo fijamente.
                —Tus ojos… —empecé a enumerar– tu nariz… tus labios… ansiaba que me beses —confesé—. Después de conocerte me encantó tu personalidad. Eres único, ¿lo sabes?
                Acaricié su mejilla por un segundo, luego él tomó mi mano y la besó.
                —Gracias —me susurró al oído.
                —No hay de qué, es un placer amarte —respondí sonriendo.
                Cerró los ojos y quedé viéndolo intentar dormir. Después de unos minutos sentí cómo su respiración se volvía lenta y tranquila. Tenía el sueño ligero. Era especial y así lo amaba.

Querido Yesung...


Cariño. Hola… Sé que esto jamás llegará a tus manos, pero me conformo con que otras personas lean lo que tengo para decirte. Son las 23:30hs del día jueves 11 de abril del 2013. En Corea es pasado medio día del 12 del abril. Hace no más de dos horas hicieron el anuncio oficial de tu alistamiento, y quiero confesar que estoy feliz por una parte, porque no es tan duro lo que te corresponde hacer en el servicio comunitario. Pero por otra parte estoy triste porque serán veintitrés meses sin ti. Veintitrés meses en los cuales tendré que conformarme con lo poco que salga de ti a diario. Quisiera que mientras estés allí reflexiones sobre tu vida, que pienses en todo lo que hiciste durante tu vida, en lo que estás haciendo y en lo que quieres hacer. Disfruta de esta experiencia mientras dure. Las verdaderas ELF y Clouds seguiremos aquí, esperándote. De pie, incondicionalmente, hasta que regreses. Gracias por darnos amor durante tanto tiempo. Te extrañaremos, demasiado, pero cuando vuelvas el orgullo que sentiremos será mayor que cualquier tristeza que sentimos en este momento. Me faltan las palabras, tengo mucho por decirte, pero… mi mente no está tranquila. Solo quiero que sepas cuánto te amamos. Super Junior no será lo mismo si ti, pero seguiremos apoyándolos como lo hicimos siempre. ¡Oppa, fighting!


SUPER JUNIOR, THE LAST MAN STANDING.


Cupcakes


                 Como siempre me sentía cansada de todo y todos, la única razón de que siguiera aquí era por mi pequeña hermana. Misaki lo era todo para mí. Era raro escuchar un nombre japonés en Estados Unidos, la influencia de las diferentes culturas hizo que mi madre se decidiera por ese nombre y de hecho me gusta mucho que su nombre resalte entre los demás.
Desde que mis padres murieron, nos quedamos solas. Bueno, teníamos una tía que siempre estaba allí cuando más la necesitamos, pero no es lo mismo que tener a unos padres. A diario venía a visitarnos y ver cómo íbamos con la pastelería.
La pastelería, herencia de mis padres. Mi hermana y yo nos manteníamos con lo poco que ganábamos vendiendo café y pasteles que hacíamos. Hace unos días contraté a un chico no tan mayor que yo que hacía unos pasteles más que deliciosos, era como tocar el cielo al sentir el sabor de sus obras en la boca.
A mis veinticuatro años podía discernir entre las personas a las que conocía y solamente con un pequeño gesto de su parte, me di cuenta de que no me arrepentiría de haberlo contratado para que trabaje con nosotros.
Pero ahora ese no es el punto. El punto es que ni siquiera con su ayuda podríamos salvar la pastelería. La hipotequé hace unos años y seguía sin saber qué hacer para recuperarla de nuevo.
Este chico al que contraté hace casi ya un mes me ha proveído de muchas cosas, bueno, de hecho los ingredientes, para todo, los compra él. Es un buen chico, tiene veintiséis años y prepara los pasteles más deliciosos que haya probado en mi vida, creo haber dicho ya algo parecido sobre eso. Con respecto a su pasado no sé mucho, solo sé que es prácticamente huérfano. Vive con un señor al que lo llama abuelo, él lo crió como si fuera su nieto de verdad. Por la forma en la que se tratan, se nota que se quieren mucho, prácticamente solo se tienen el uno al otro y hacen lo posible, –como mi hermana y yo–, en salir adelante.
Escuché unos pasos que se acercaban hacia la puerta de mi habitación, así que me hundí más en las almohadas. No me sentía con ganas de bajar a trabajar el día de hoy. Me sentía pésimo. Horrible. Había soñado con algo que jamás pasaría mientras dormía. Algo que de verdad sería bonito que me pasara.
—¡Aribelle! ¿Sigues aquí?
Tres suaves toques a la puerta y luego aparecería por ella. Este chico y sus ganas de trabajar era más de lo que yo merecía, de verdad. Jamás pensé encontrar a alguien como él.
—¡Buenos…! —dejó sin terminar su saludo al verme desparramada en la cama— días.
Levanté el rostro y me miró fijamente. Creo que lo que más le llamó la atención de mi aspecto fueron las lágrimas. Cerré fuertemente los ojos y corrieron dos más por ambas mejillas. Me las sequé rápidamente y luego hundí mi rostro en la almohada.
—¿Sucede algo malo? —me preguntó—. Es la primera vez que te veo de esta forma luego de que nos hayamos peleado.
Era cierto. Días después de que lo contratara sucedió algo que me puso muy mal. Lo había encontrado hablando con uno de sus amigos, este estaba diciendo que él solamente me estaba ayudando porque quería vender mi pastelería y yo no iba a permitir que me robara el legado que me habían dejado mis padres. Algo que consiguieron con mucho esfuerzo y dedicación.
—Aribelle. —Su voz era un tanto demasiado dulce, al igual que los postres que preparaba.
Lo miré seriamente, intentando dar a entender que no estaba de ánimos, pero me encontré con una bandeja en sus manos y dos pastelillos.
—¿Qué…? —Intenté preguntar algo pero él de acercó y se sentó en mi cama.
—Algo me decía que no te encontrabas bien, así que traje unos pastelillos que hice anoche para compartir.
—Donghae… —apenas pude balbucear su nombre ya que me cortó.
—No te preocupes, no es necesario que me cuentes nada, me conformo con que los comas y me ayudes con la tienda. Ya hay clientes y Misaki y yo no podemos solos.
—¿Ella te dejó subir hasta aquí?
—Ajá —asintió con la cabeza y sonrió tiernamente.
Amaba su sonrisa. Aunque fuera un chico mayor sonreía como un niño de diez años.
Metió el dedo en uno de los pastelillos y lo llenó de crema verde.
—Es de menta, como te gustan —me dijo mientras ponía su dedo frente a mí, a la altura de mi boca.
Justo cuando iba abrir la boca para probarlo, alzó un poco más el dedo y me puse la crema por la nariz.
—¡Oye! —exclamé sonriendo. Él rió más y luego me tendió un pastelillo.
—Pruébalo.
Pero en vez de probarlo, lo tomé y se lo embarré en la mejilla y parte de la boca. Me miró sorprendido y luego estallamos en carcajadas. No podía creer que simples muestras de afecto pudieran cambiarme el ánimo.
—Te limpio —dije tomando una de las servilletas que había traído con los pastelillos.
Él no puso objeción así que me acerqué más y le limpié la mejilla, luego quedé observándolo fijamente a los ojos.
—¿Sucede algo? —preguntó.
—Sí, sucede que te quiero para mí —confesé antes de absorber con mi boca la crema que tenía en los labios y besarlo con dulzura.

Criminales Perfectos (Final Alternativo)


En un momento dado Donghae perdió el conocimiento. Al despertar ya no estaba oscureciendo, no estaba en la calle; se encontraba en un típica habitación de recuperación, en un hospital. Una enfermera había entrado cuando él abrió los ojos.
—Lee Hyukjae —fue lo primero que dijo—, dígame cómo se encuentra él. Por favor —habló con toda la calma posible.
—El doctor que los recibió y atendió sabe de su estado, lo llamaré en un instante —respondió con amabilidad la enfermera, antes de salir de la habitación.
Donghae miró hacia la ventana y vio que estaba amaneciendo. Supuso que al llegar al hospital le habían inyectado algún sedante, por eso durmió tanto. Un hombre algo viejo, de bata blanca y anteojos, ingresó a la habitación, Donghae se sentó en la camilla y lo miró atentamente.
—Doctor…
—¿Lee Donghae? —Inquirió el médico.
—Sí —confirmó él apenas en un hilo de voz.
—Tu amigo no se encuentra bien —soltó el doctor.
—No va morir, ¿verdad? —Preguntó con desesperación en los ojos.
—No lo sabemos.
—¿Cómo que no lo sabe?
—Lee Hyukjae está en coma —dijo el doctor, soltando un largo suspiro—. ¿Es tu hermano?
—Usted está bromeando. ¡Hyuk no puede estar en coma! —gritó con desesperación.
—¡Enfermera! ¡Enfermera! —Llamó el doctor.
Donghae se deshizo de todos los cables a los que estaba conectado, pero antes de siquiera poner un pie en el suelo, una aguja fue clavada en alguna parte de su cuerpo y poco a poco fue perdiendo el conocimiento.

Después de dos años Donghae seguía yendo al hospital todos los días, pasó todas las festividades alado de Hyuk por más de que él no esté consiente.
Conocía a la mayoría de los doctores, enfermeras y a muchos pacientes que estuvieron y siguen estando en el hospital. No perdía las esperanzas de que Hyuk despertara, pero se acostumbró a verlo así, dormido en una cama, hasta que un día recibió una llamada diciendo que era urgente que fuera. Al llegar todo lo que le dijeron fue:
—Ve a la habitación de Hyukjae.
Corrió por los pasillos y subió por las escaleras en los nervios. No había tiempo de esperar el ascensor para subir a la habitación 404. Al llegar a la puerta se detuvo por unos segundos, respiró profundamente y abrió la puerta. Al hacer esto se encontró con varios médicos alrededor de Hyuk, dio varios pasos dentro de la habitación para tener una mejor visión de su amigo, el cual había despertado por fin.
—Hyuk, despertaste… —dijo Donghae despacio, mirándolo.
—¿Quién eres? —le preguntó Hyuk, a lo que Donghae simplemente no respondió.

Criminales Perfectos.


 Varias patrulleras habían sido llamadas a una persecución que se estaba dando en una de las principales calles de Los Angeles. Dos tipos habían asaltado uno de los principales bancos de la ciudad. Sí, solamente dos tipos lograron intimidar a más de ciento cincuenta personas que se encontraban en el lugar en ese momento. Últimamente estos dos chicos estaban causando muchos estragos en el caótico día a día de la ciudad, nunca lograban atraparlos. ¿Quiénes era? Nadie lo sabía, y eso era de lo que ellos se aprovechaban a diario.
—¡Acelera, acelera! —Gritaba uno de ellos al que conducía el auto.
                El Audi R8 negro avanzaba cada vez más rápido por la autopista, mientras que al menos unas tres patrullas iban detrás de él. En una maniobra inesperada, el conductor del Audi lo metió en una cochera bien camuflajeada; ni bien detuvieron el auto, la compuerta se había cerrado. Escucharon cómo los coches patrullas pasaban de largo el escondite para poder respirar con tranquilidad y salir del auto.
                —Perfecto, como siempre, Hyuk —dijo uno al otro, tomándole la cabeza entre las manos y dándole un beso en la frente, emocionado por el atraco realizado.
                —¿Cuántas veces te he dicho que dejes de hacer eso? —Explotó Hyuk, apartándolo de un manotazo.
—Idiota.
Empezaron a cambiarse de ropa, de vestir buzos y sudaderas, pasaron a vestir elegantes smokings que cambiaban sus aspectos por completo. Luego cambiaron el color del auto sacando la pintura plástica que llevaba encima. De negro pasó a su color original, blanco. Quemaron sus ropas y la pintura plástica en un basurero que se encontraba por ahí, antes de subir de nuevo al coche y ponerlo en marcha.  Salieron del garaje en el que se habían metido y mientras Hyuk conducía rumbo al departamento que compartían, el otro manoseaba los fajos de billetes que habían conseguido.
—Perdón por gritarte, estaba nervioso. —Hyuk ni siquiera le dirigió una mirada al hablarle a su amigo, se concentró solo en el trayecto—. Hae, con este dinero podremos hacer lo que siempre quisimos. Lo sabes, ¿verdad?
Hae ni siquiera lo estaba escuchando, estaba tan absorto con la cantidad de dinero que había robado que ni siquiera podía pensar con claridad. Sus desorbitados ojos solamente veían dinero y más dinero. Por un momento hasta se había olvidado de dónde se encontraba.
—Hae, ¿me escuchas? —Seguía hablando Hyuk.
—Mi mente no puede formular una simple oración coherente aparte de esta. Lo único en lo que pienso es en todo lo que puedo hacer con este dinero —balbuceaba en un estado de desconcierto.
Hyuk detuvo el auto a un costado de la calle para luego descender de él y dirigirse hacia la puerta del copiloto.
—Bájate —ordenó.
—Pero…
—Tú conduces ahora —dijo sin ánimos.
De inmediato comprendió la situación. Hyuk odiaba cuando Hae solo pensaba en él mismo y, en ese momento, lo había hecho.
Sin bajarse del auto, pasó por encima de la palanca de cambios y se sentó en el asiento conductor. Hyuk subió al asiento del copiloto mientras su amigo encendía el motor para ponerlo en marcha de nuevo.
Después de unos veinte minutos, por fin habían llegado al departamento. Metieron el auto en la cochera y se bajaron de él, cargando los bolsos con todo el dinero que robaron. Subieron las escaleras hasta llegar a la puerta del departamento que los albergaba a diario, desde su llegada a Estados Unidos.
—¿Alguna vez dos asiáticos causaron  tanto alboroto como nosotros? —Preguntó Hyuk. Su ánimo parecía haber dado un giro de 180º, ahora estaba animado.
—Eres bipolar, ¿lo sabías? —respondió Hae de mal humor. Tiró los bolsos, que había estado cargando, en la mesa y fue a encerrarse en su habitación.
—¡A veces eres muy susceptible! ¿Lo sabías? —exclamó Hyuk.
Mientras éste último se quedó contando el dinero conseguido, Hae se dio una ducha. Terminado esto y ya vestido, llamó a su madre, que estaba en Corea del Sur.
—¿Hola? —respondieron del otro lado.
—Omma… —susurró Hae.
—¡Donghae! —Exclamó su madre del otro lado—. ¿Cómo estás?
—Bien, como siempre, trabajando.
—Que bueno, ¿cómo está Hyukjae?
—Eish, él está bien —soltó un bufido.
—¿Sucede algo? —Preguntó su madre notando el tono de voz.
—No, no te preocupes. Llamaba para decirte que pronto volveré a casa —comentó sin sentimiento.
—¿De verdad?
Cinco años atrás estos chicos habían dejado todo lo que tenían para viajar a descubrir el mundo. Abandonaron su familia y su hogar, y se dirigieron rumbo a un país del cual apenas conocían el idioma. En un principio eran buenos ciudadanos, hasta que conocieron a un gánster que los había metido en el mundo al que ahora pertenecían.
—Sí —respondió al cabo—, debo cortar. Te marco de nuevo mañana.
—Está bien, te amo, hijo.
—Yo también, adiós.
De repente empezó a sentir frustración. No sabía qué le pasaba. Necesitaba gritar o golpear a alguien, hace mucho que no utilizaban la violencia en sus asaltos y necesitaba hacerlo.
—¡Donghae! —exclamó Hyuk desde el comedor, en el que seguía contando el dinero. Ahora era él el que estaba absorto por la cantidad conseguida; ninguno pensó que este sería el atraco de sus vidas. Nunca habían hecho semejante cosa, hasta ese momento.
—¿Qué quieres? —Preguntó Hae, de mala gana, apareciendo frente a Hyuk.
—Tenemos dinero suficiente como para volver a casa y vivir bien por unos años. ¿Para cuándo reservo los pasajes?
Hae miró a su alrededor por un momento y luego rodó los ojos.
—Ah, era eso —dijo. Dio media vuelta, dirigiéndose hacia la puerta principal—. Resérvalos para cuando quieras.
—¿Vas a alguna parte? —Hyuk se puso de pie.
—Necesito aclarar algunas cosas en mi mente. Vuelvo luego. —Abrió la puerta y salió, cerrándola con un fuerte golpe tras él.
—¿Qué demonios…?

El sol se estaba ocultando por detrás de los edificios de la gran ciudad, los centros nocturnos se estaba preparando para dar alojamiento a todas esas personas que a diario querían divertirse sin importar qué.
—Cariño, ¿necesitas compañía? —Una mujer había tomado del brazo a Hae y estaba caminando a su lado como si nada.
—Puedo asegurarte que mi compañía, por más mala que sea, está en camino. Gracias —respondió amablemente. Ya estaba acostumbrado a ese tipo de personas, así que sabía cómo tratarlas.
La mujer lo dejó como si nada, a ninguno de los dos le importó por lo que lo dejaron pasar. Un trote lento pero seguro se escuchó por detrás de él. Sabía que era su compañía, lo había encontrado.
—¿Qué demonios sucede hoy contigo? —preguntó con tranquilidad Hyuk, agarrándolo del brazo y poniéndose frente a él para mirarlo fijamente.
Hae seguía serio, lo miró a los ojos pero no respondió. Se deshizo del agarre y siguió caminando sin rumbo con sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—Necesito pensar —fue todo lo que dijo.
Siguió caminando con Hyuk detrás de él, cuidando cada paso que daba. Ninguno suponía siquiera lo que estaba sucediendo así que no dijeron palabra alguna por un buen rato. Pasaron por lugares en los que podían haberse detenido a hablar, pero ninguno detuvo el paso. Hyuk empezaba a ponerse nervioso y ansioso por la actitud de Hae, mientras éste seguía sin aclarar su mente.
—¿Recuerdas la navidad pasada? —preguntó Donghae.
—¿Qué sucede con la navidad pasada? —dijo Hyukjae sin entender.
—Me preguntaste si era feliz.
Hyuk detuvo su paso por unos segundos, miró al suelo y luego miró al frente. Cuando se dio cuenta de que Hae no se detuvo como él, trotó de nuevo para alcanzarlo.
—Sí lo recuerdo —respondió al llegar a su lado.
—Mi respuesta tenía algo implícito —confesó Donghae.
—¿A qué te refieres? —Inquirió Hyuk confundido.
—Te respondí que sí, pero es solo porque estoy contigo. —Donghae se detuvo y dio media vuelta para mirar a Hyuk—. Si tú no hubieras estado conmigo en muchos momentos no sé qué hubiera sido de mi vida.
—Hae, ¿qué estás queriendo decir?
—Me creerás loco, pero te amo. —Esperó a que Hyuk diga algo, pero como no lo hizo siguió hablando—. No me importa si esto está mal o si creen que es una locura; es lo que siento y no quiero esconderlo. Aprendí a quererte. Fuiste la única persona que siempre estuvo a mi lado. Desde que nos conocimos nunca me dejaste cuando más te necesitaba, fuiste el primero que vino a mí cuando murió mi padre, me diste fuerzas, me apoyaste, me dijiste que todo estaría bien. Me llevaste a los lugares que siempre quise conocer. París, Londres, Tokio… ¿qué hubieran sido esos lugares si no hubieras estado conmigo? ¿Nunca te diste cuenta? Lo mío hacia ti no es simple amistad, es amor.
Hyuk estaba petrificado. Su mejor amigo de toda la vida se había confesado a él así nada más. No sabía qué pensar, qué decir o cómo actuar. Simplemente quedó allí mirando a los ojos al chico que le había dicho de sus sentimientos hacia él en las calles de Los Angeles. Cerró los ojos por un momento, tratando de asimilar todo lo que escuchó, pero al abrirlos, Hae ya no estaba frente a sus ojos, sino que se dirigió hacia el bordillo de la acera y, sin darse cuenta de que un auto se acercaba a toda velocidad hacia el lugar, cruzó la calle. Ante sus ojos se encontraba la única persona que en su vida se dignó en hacer lo que Hae hizo, confesar su amor abiertamente, frente a tanta gente a su alrededor. No podía dejarlo así como así.
Corrió hacia la calle y cuando estaba por alcanzar a Donghae, otro auto se adelantó por la dirección contraria, atropellándolo y tirándolo a varios metros de distancia. Todo se volvió negro a su alrededor.
Al escuchar el impacto Donghae giró de inmediato. Detrás de él no encontró nada raro, pero a unos metros vio el cuerpo de Hyuk tendido en el asfalto. Toda su vida a lado de Hyuk pasó frente a él de pronto; los momentos felices, los tristes, los asaltos, los robos, los escapes… todo aquello que había vivido con él se volvió borroso y lo único nítido era el cuerpo tendido. Corrió hacia él y se tiró al piso, alado de su amigo.
—Hyuk, Hyuk… ¡Hyukjae! ¡Eunhyuk! —Gritaba todos los nombres y apodos con los que lo conocía, hace mucho no lo llamaba Eunhyuk y necesitaba hacerlo reaccionar. Lo zarandeaba con fuerza. La sangre empapó sus manos cuando tocó su cabeza—. Despierta, por favor. ¡Por favor! —Las lágrimas empapaban su visión, se las secaba cada vez que todo se volvía borroso. Empezó a sollozar—. Te necesito, no puedo aceptar que mueras, ¿qué haré sin ti? ¡Una ambulancia! —Gritó de repente sobresaltando a todos los espectadores morbosos que estaban alrededor de ambos—. ¡Una ambulancia, por favor! ¡Que alguien me ayude! —La desesperación se apoderó por completo, no sabía qué hacer.
A lo lejos se escucharon las sirenas de una ambulancia, pero todo parecía confuso. Donghae seguía gritando sobre el cuerpo de Hyuk, nadie hacía nada por ayudarlo, todos esperaban la ambulancia.
En un momento dado Donghae se puso de pie y sin saber adónde ir empezó a correr, corrió como si la vida se le fuera en ello y de hecho estaba a punto de suceder eso, porque sin darse cuenta, se detuvo en medio de la calle paralela, por la que seguían circulando vehículos, y otro coche lo atropelló a él, haciendo que sintiera un calor increíble por todo el cuerpo para luego dejarlo sin vida.
En un momento dado Donghae se puso de pie y sin saber adónde ir empezó a correr, corrió como si la vida se le fuera en ello y de hecho estaba a punto de suceder eso, porque sin darse cuenta, se detuvo en medio de la calle paralela, por la que seguían circulando vehículos, y otro coche lo atropelló a él, haciendo que sintiera un calor increíble por todo el cuerpo para luego dejarlo sin vida.

Momento Inesperado.


 Durante toda aquella semana en la que estuvo enfermo no hacía otra cosa más que estar a su lado e informar a sus amigos sobre su estado. Corría a toda prisa a comprar medicinas y si me pedía algo se lo daba sin protestar. Aunque me gustaría haberme opuesto un poco, de otra forma no querría volver a enfermarse. Ja, ja. Lo amo, ¿qué más podía haber hecho?
—Señorita Lee, tiene una llamada en la línea tres —me informaron.
—¿Quién es? —pregunté.
—Su marido, el señor Lee.
—Ese bastardo… —balbuceé—. Gracias Michelle.
¿Por qué me sigue llamando señorita? Quizás tenga veintidós años, pero tengo un esposo al que me gusta cuidar y también llamarlo bastardo. Y él lo sabe.
Tomé el teléfono y pulsé el botón número tres.
—¿Hola? —respondí.
—Cariño, ¿quieres almorzar conmigo? —me dijo.
—No, no quiero verte hasta que…  te cures —hice énfasis en las dos últimas palabras ya que ni siquiera estaba enfermo. Ya se había curado hace dos días. Su problema era que no podía vivir sin mí.
—Pero cariño, me siento mal… —fingió toser— y también te extraño.
—Donghae —dije muy seria.
—Está bien, sigue trabajando. Te quiero, adiós.
A sus treinta y un años seguía actuando como un niño, era increíble. Lo bueno es que sabía que cuando lo llamaba de esa forma es porque hablaba muy en serio; pero ahora daría mi brazo a torcer. Desde que se curó no lo he visto y lo extrañaba demasiado.
—Michelle, dile a Tony que prepare el auto. Bajo en cinco minutos —le informé por el intercomunicador a mi secretaria.
—Sí, señorita.
Solté un suspiro y me levanté de mi  cómodo sillón. Trabajaba como directora de una empresa llamada JK Productions, nos dedicábamos a crear mini empresas en las que las personas tendrían posibilidades de demostrar sus habilidades en todo tipo de áreas: Administrativas, Contables, Informáticas, etc. En fin, se supone que no podía salir antes de las cinco; y son las 12:35 del medio día. Ya saben, necesito una buena explicación para cuando vuelva. Tomé mi bolso, mi agenda y mi celular antes de salir de la oficina y dirigirme hacia el ascensor. Pulsé el botón de la planta baja y las puertas se cerraron.
Después de quince minutos me encontraba en la puerta de mi departamento, buscando mi tarjeta de acceso en mi bolso.
—Maldición, ¿dónde lo dejé? —Para mi suerte lo encontré  entre mi agenda, había olvidado por completo que lo puse en el portapapeles.
Abrí la puerta y me saqué mis zapatos antes de entrar e ir a la cocina. Me encontré con la mesa puesta y los alimentos tapados. ¿No comió? Salí de allí y fui a la habitación. Lo encontré durmiendo sin cobertor; ni siquiera tenía puesta una sudadera con mangas largas, tenía una simple camisilla que dejaba al completo descubierto sus brazos y pecho. ¿Quería enfermarse de nuevo, verdad? Dejé mis cosas en la mesa de noche y me acerqué a la cama para despertarlo un poco, pero al tocar su brazo izquierdo sentí que estaba ardiendo. Literalmente, estaba ardiendo en fiebre.
—Cariño, despierta —lo zarandeé asustada—. Oppa, despierta por favor, despierta.
—Viniste… —balbuceó abriendo los ojos lentamente—. ¿Almorzarás conmigo? Tengo hambre y te extrañé mucho.
Se sentó en la cama y me abrazó a él. Su camisilla estaba empapada de sudor, no sé cómo no lo había visto antes. También, tocarlo era como estar en la playa, sin zapatos, en la arena a más  o menos treinta y ocho grados centígrados.
—Te quiero mucho, lo sabes ¿verdad? —me susurró al oído.
—Oppa, también te quiero —le respondí mirándolo a los ojos. Pero necesito que vayas a darte una ducha helada ahora mismo.
—¿Huelo mal?
—Claro que no —le dije—. Estás ardiendo en fiebre.
—Quiero dormir y también tengo hambre —se quejó.
—Te ducharás mientras sirvo la comida, almorzaremos juntos y me quedaré a cuidarte. ¿Trato?
—Debes ir a la oficina —me contestó.
—Me importas más tú, que ellos. —Me apartó de su lado y a pasos desganados se dirigió al baño mientras yo iba a la cocina.
Después de esperarlo unos quince minutos salió del baño vestido con ropa limpia y el cabello mojado. También se veía más despierto. Fui a buscar mi celular para llamar a mi secretaria y avisarle que no volvería hoy, luego lo apagué por si alguien quería molestarme.
—¿Contenta? —me preguntó mientras se secaba el cabello con la toalla.
—Mucho —sonreí.
Lo tomé de la mano y lo llevé a la cocina. Quería consentirlo de una forma que él odiaba, así que me senté a su lado y tomé los palillos para darle de comer.
—¿Qué haces?
—No te sientes bien, se supone que estás enfermo —le dije con tranquilidad. Noté por la expresión en su rostro que no sabía qué hacer así que le di un beso—. Déjame disfrutar el día contigo.
Soltó una leve carcajada y me abrazó. Quién diría que un Ahjussi como él se enamoraría de una chica como yo.
Durante el almuerzo me dejó que le diera de comer y nos entretuvimos un poco. Después de eso fui a la nevera y le preparé una bolsa con hielo, lo llevé a la cama e hice que se acostara allí.
—No te quites esto de la cabeza por nada del mundo, ¿entendido? —le dije, poniéndole la bolsa encima para que le baje la temperatura. Asintió con la cabeza y me estiró hacia él para besarme.
—¿Qué hice de bueno para que me soportaras y me quieras? —me preguntó.
—Solo fuiste tú mismo y me dejaste conocer a ese hombre sensible que vive dentro de ti —respondí tranquilamente.
—Gracias —sonrió.
—Cierra los ojos y descansa, yo seguiré aquí.
Cerró los ojos y en uno minutos su respiración se hizo más calmada. Se había quedado dormido por completo. Verlo así era tan lindo, de hecho el era… no solo lindo, sino hermoso. Lo amaba demasiado.
Acaricié su rostro lentamente y la suavidad del tacto me convenció de que me acostara a su lado. Estar con él era lo mejor que me había pasado. Lo rodeé con mi brazo izquierdo y cerré los ojos también. No me imaginada como hubiera sido mi vida si no estuviera con él.

 
Plantilla de Bika Thraumer