Una
página más, un trazo más, una palabra más… todo tenía que ver con cuadernos y
libros. Esa era mi vida; aburrida. Estaba acostumbrada a la rutina que me tocó
vivir; despertar, desayunar, ir a la escuela, ir al hospital, regresar a casa,
asearme, hacer tareas, descansar. Al día siguiente era lo mismo, despertar,
desayunar, ir a la escuela, ir al hospital, regresar a casa, asearme, hacer
tareas, descansar y así, hasta que terminé la escuela primaria y conocí a
alguien.
Algo
molesto, al terminar las clases me preguntó si iría de nuevo al hospital, yo no
sabía cómo tomarlo, era el único lugar al que podía ir. Le pregunté si tenía
que explicarse lo de nuevo, porque ya se lo había explicado cuando nos
conocimos. Soltó un leve suspiro, agachando la cabeza, luego me miró expresando
duda.
—¿Te
molestaría si voy contigo?
Negué
con la cabeza mientras sonreía. Me gustaba tenerlo a mi lado, era divertido,
bueno… y por sobre todo le gustaba mi compañía. Le gustaba la compañía de una
marginada que siempre escapaba de todo y todos yendo al hospital a visitar a un
padre en estado vegetativo. Todos me preguntaban hasta cuando iría allí; yo
nunca respondía. En mi cabeza no cabía la posibilidad de ver a mi padre en una
tumba, pero era lo que los doctores querían. Deshacerse de un cuerpo que ya no
servía.
Esa
habitación de hospital era como mi lugar de relax, allí leía, dibujaba y
escribía historias. Era la primera vez que lo compartiría con alguien, nunca
pensé que sucedería. Aquella primera vez con alguien más, que no fuera mi
padre, en esa sala fue bastante extraña. Estaba acostumbrada a la tranquilidad,
pero él hizo que el tiempo pasara más rápido de lo normal y también fue más
divertido. Los mangas que leía cuando estaba deprimida no servían demasiado.
Seis de cada diez veces que iba, terminaba llorando. Pero con él, a partir de
ese momento, no volvió a suceder.
Pasaron
tres años, hasta que él me anunció que tenía que viajar al otro lado del mundo.
No sé en qué momento pasó, pero nuestra relación era más que una de amigos. Nos
tomábamos de las manos y a diario nos abrazábamos como si nada. ¿Eso hacían los
amigos? Siempre me hacía esa pregunta a mí misma, porque él me dejaba en claro
que éramos sólo eso. ¿Yo quería que seamos solo eso? La verdad no, pero era
algo tarde para decirlo.
Aquel
último día suyo en el país fue bastante raro. Soporté por mucho tiempo pasar
todos los días en una sala de hospital. Pedí que desconectaran a mi padre, los
doctores en un principio se sorprendieron bastante, pero rápidamente lo
hicieron. No habría funeral. Simplemente lo enterrarían discretamente. Él me
acompañó al cementerio, me dijo que quería hacer algo por mí ése último día,
así que estuvo conmigo. Entrada la noche, era hora de que vaya al aeropuerto.
Fui con él a buscar sus cosas a su casa y su madre me recibió de mala manera.
Había pasado todo el día conmigo, era natural.
Horas
después, ya en el aeropuerto no quería separarme de él. Se iría para no volver
y yo no sabía cómo tomarlo. Cuando él estaba a punto de abordar, me entregó un
paquete que había tenido entre sus manos todo el tiempo. Lo miré con curiosidad
y cuando iba a abrirlo, me detuvo.
—No
—me dijo–. Hazlo cuando estés en casa. Cuando yo ya esté lejos de aquí.
—Henry…
—susurré.
Puso
un dedo sobre mis labios y me hizo mirarlo fijamente a los ojos. Interrumpió la
conexión para darme un cálido abrazo. Lo sentí en todo mi cuerpo. No quería
dejarlo ir, pero era hora. Una segunda llamada para los pasajeros del vuelo con
destino a Seúl, Corea causó una tensión en él. Seguía pegado a mí, por lo que
no fue muy difícil darse cuenta de eso.
Me
deshice de su abrazo y tomé su rostro entre mis brazos, con una lágrima
corriendo por mi mejilla, me acerqué lentamente a él y le di un suave beso. Le
di tiempo para que lo evitara si quisiera, pero no lo hizo. Hundí mi rostro en
su cuello mientras él volvía a abrazarme.
—No
te vayas —sollocé entre lágrimas.
—Cuídate
mucho, ¿sí? —me hizo mirarlo fijamente—. No permitas que te vuelvan a lastimar,
¿entiendes? —ésta vez fue él quien me besó—. No me olvides, porque yo no te
olvidaré.
Asentí
con la cabeza y me aferré a la caja que me había dado mientras lo veía
desaparecer tras la puerta de abordaje.
Aquel
día había vuelto a casa hecha una Magdalena. Mi madre se encontraba en el
hospital, trabajando, así que estaría sola. Fui directo a mi cama y me tiré a
llorar. Me había quedado dormida cerca de las tres de la madrugada por lo que
no había abierto la caja.
Ya
por la tarde, cuando me desperté, lo primero que hice fue darme una ducha,
después de salir comí algo y fui a mi habitación, a abrir el regalo que me
había dejado.
Corté
la cinta y al abrirla, me encontré con varias hojas sueltas, eran sus apuntes
de las clases de violín, eran las primeras letras que había escrito y sus
discos en los que se había grabado a sí mismo cantando acapella canciones de su
autoría. Lo conocía todo, excepto un pequeño sobre rojo en el que estaba
escrito mi nombre. Lo abrí y me encontré con una nota que él había escrito. Era
su letra.
Sabes que sin las cuerdas de mi violín no podría crear
música, ¿verdad?
También sabes para qué viajo a Corea, ¿verdad?
Allí seré famoso, muchas personas me querrán, siempre fue
mi sueño, lo sabes.
Pero hay algo que no sabes. Tú eres mi primera cuerda.
Mi primera String, porque así llamaré a mis fans cuando
sea famoso.
Fuiste alguien que siempre estuvo a mi lado cuando lo
necesitaba.
¿Recuerdas cómo nos conocimos? Tropecé ante ti en una
tienda de comida.
Te hice reír cuando estabas llorando, aquel día.
Después de poco tiempo nos convertimos en compañeros de
clase.
Sí que tuve suerte en eso. Había hecho lo imposible
porque me pusieran en tu misma clase.
Creo que eso no lo sabías, ¿oops?
La última canción que he escrito la titulé I Would. Es
para ti.
También la grabé, espero que te guste. Gracias por todo,
es lo único que puedo decirte.
No me olvides, por favor. Yo no lo haré y algún día,
cuando sea famoso, te visitaré.
Lo prometo.
Te amo.
Henry.
Después
de tanto tiempo transcurrido, y con todo lo que ha logrado, me pregunto cuántas
mujeres se habrán enamorado de él. Cuántas le habrán confesado su amor. A
cuántas le habrá sonreído y aceptado. Desde que partió, el tiempo transcurrió
lento, un año eran cinco para mí, jamás dejé de pensar en él y jamás dejaré de
hacerlo. Fue la única persona que cuando más sola estaba, se acercó a mí. Le
debo mucho, por lo que jamás dejaré de ser su
primera String.