Durante
esa noche, él estaba muy inquieto en la cama. Yo, que tenía el sueño muy
pesado, me había despertado por él.
—¿Sucede algo, cariño? —Le pregunté semi
consciente.
—No puedo dormir —contestó simplemente.
Me
quedé sentada, cargándome sobre mis brazos mientras lo miraba tratando de no
dormirme. Él estaba sentado, con la expresión pensativa. Intentaba cansarse
pensando, nunca supe si alguna vez lo logró. De repente lo abracé y le di un
beso en la mejilla. Él sorprendido quedó mirándome inexpresivo.
—Tengo
frío —le dije.
Era
otoño, y yo sentía un poco de frío, por más de que el departamento estaba
completamente cerrado. Él me abrazó a sí mismo y nos recostamos en la cama,
estiró el cobertor y nos tapó a ambos.
—¿Qué
tal ahora? —preguntó.
—Mejor
—le sonreí—. Me molesta que tengas el sueño ligero y no puedas dormir, intenta
hacerlo de nuevo —lo miré significativamente.
Él
quedó mirándome fijamente, yo me abracé más a él y recosté mi cabeza sobre su
brazo.
—Si
te despiertas, despiértame. Algunos mimos nunca vienen demás.
Le
di un beso en los labios y cerré mis ojos.
—¿Qué
viste en mí? —me preguntó él de pronto.
Yo
abrí los ojos y quedé observándolo fijamente.
—Tus
ojos… —empecé a enumerar– tu nariz… tus labios… ansiaba que me beses —confesé—.
Después de conocerte me encantó tu personalidad. Eres único, ¿lo sabes?
Acaricié
su mejilla por un segundo, luego él tomó mi mano y la besó.
—Gracias
—me susurró al oído.
—No
hay de qué, es un placer amarte —respondí sonriendo.
Cerró
los ojos y quedé viéndolo intentar dormir. Después de unos minutos sentí cómo
su respiración se volvía lenta y tranquila. Tenía el sueño ligero. Era especial
y así lo amaba.