Cupcakes


                 Como siempre me sentía cansada de todo y todos, la única razón de que siguiera aquí era por mi pequeña hermana. Misaki lo era todo para mí. Era raro escuchar un nombre japonés en Estados Unidos, la influencia de las diferentes culturas hizo que mi madre se decidiera por ese nombre y de hecho me gusta mucho que su nombre resalte entre los demás.
Desde que mis padres murieron, nos quedamos solas. Bueno, teníamos una tía que siempre estaba allí cuando más la necesitamos, pero no es lo mismo que tener a unos padres. A diario venía a visitarnos y ver cómo íbamos con la pastelería.
La pastelería, herencia de mis padres. Mi hermana y yo nos manteníamos con lo poco que ganábamos vendiendo café y pasteles que hacíamos. Hace unos días contraté a un chico no tan mayor que yo que hacía unos pasteles más que deliciosos, era como tocar el cielo al sentir el sabor de sus obras en la boca.
A mis veinticuatro años podía discernir entre las personas a las que conocía y solamente con un pequeño gesto de su parte, me di cuenta de que no me arrepentiría de haberlo contratado para que trabaje con nosotros.
Pero ahora ese no es el punto. El punto es que ni siquiera con su ayuda podríamos salvar la pastelería. La hipotequé hace unos años y seguía sin saber qué hacer para recuperarla de nuevo.
Este chico al que contraté hace casi ya un mes me ha proveído de muchas cosas, bueno, de hecho los ingredientes, para todo, los compra él. Es un buen chico, tiene veintiséis años y prepara los pasteles más deliciosos que haya probado en mi vida, creo haber dicho ya algo parecido sobre eso. Con respecto a su pasado no sé mucho, solo sé que es prácticamente huérfano. Vive con un señor al que lo llama abuelo, él lo crió como si fuera su nieto de verdad. Por la forma en la que se tratan, se nota que se quieren mucho, prácticamente solo se tienen el uno al otro y hacen lo posible, –como mi hermana y yo–, en salir adelante.
Escuché unos pasos que se acercaban hacia la puerta de mi habitación, así que me hundí más en las almohadas. No me sentía con ganas de bajar a trabajar el día de hoy. Me sentía pésimo. Horrible. Había soñado con algo que jamás pasaría mientras dormía. Algo que de verdad sería bonito que me pasara.
—¡Aribelle! ¿Sigues aquí?
Tres suaves toques a la puerta y luego aparecería por ella. Este chico y sus ganas de trabajar era más de lo que yo merecía, de verdad. Jamás pensé encontrar a alguien como él.
—¡Buenos…! —dejó sin terminar su saludo al verme desparramada en la cama— días.
Levanté el rostro y me miró fijamente. Creo que lo que más le llamó la atención de mi aspecto fueron las lágrimas. Cerré fuertemente los ojos y corrieron dos más por ambas mejillas. Me las sequé rápidamente y luego hundí mi rostro en la almohada.
—¿Sucede algo malo? —me preguntó—. Es la primera vez que te veo de esta forma luego de que nos hayamos peleado.
Era cierto. Días después de que lo contratara sucedió algo que me puso muy mal. Lo había encontrado hablando con uno de sus amigos, este estaba diciendo que él solamente me estaba ayudando porque quería vender mi pastelería y yo no iba a permitir que me robara el legado que me habían dejado mis padres. Algo que consiguieron con mucho esfuerzo y dedicación.
—Aribelle. —Su voz era un tanto demasiado dulce, al igual que los postres que preparaba.
Lo miré seriamente, intentando dar a entender que no estaba de ánimos, pero me encontré con una bandeja en sus manos y dos pastelillos.
—¿Qué…? —Intenté preguntar algo pero él de acercó y se sentó en mi cama.
—Algo me decía que no te encontrabas bien, así que traje unos pastelillos que hice anoche para compartir.
—Donghae… —apenas pude balbucear su nombre ya que me cortó.
—No te preocupes, no es necesario que me cuentes nada, me conformo con que los comas y me ayudes con la tienda. Ya hay clientes y Misaki y yo no podemos solos.
—¿Ella te dejó subir hasta aquí?
—Ajá —asintió con la cabeza y sonrió tiernamente.
Amaba su sonrisa. Aunque fuera un chico mayor sonreía como un niño de diez años.
Metió el dedo en uno de los pastelillos y lo llenó de crema verde.
—Es de menta, como te gustan —me dijo mientras ponía su dedo frente a mí, a la altura de mi boca.
Justo cuando iba abrir la boca para probarlo, alzó un poco más el dedo y me puse la crema por la nariz.
—¡Oye! —exclamé sonriendo. Él rió más y luego me tendió un pastelillo.
—Pruébalo.
Pero en vez de probarlo, lo tomé y se lo embarré en la mejilla y parte de la boca. Me miró sorprendido y luego estallamos en carcajadas. No podía creer que simples muestras de afecto pudieran cambiarme el ánimo.
—Te limpio —dije tomando una de las servilletas que había traído con los pastelillos.
Él no puso objeción así que me acerqué más y le limpié la mejilla, luego quedé observándolo fijamente a los ojos.
—¿Sucede algo? —preguntó.
—Sí, sucede que te quiero para mí —confesé antes de absorber con mi boca la crema que tenía en los labios y besarlo con dulzura.

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