Durante
toda aquella semana en la que estuvo enfermo no hacía otra cosa más que estar a
su lado e informar a sus amigos sobre su estado. Corría a toda prisa a comprar
medicinas y si me pedía algo se lo daba sin protestar. Aunque me gustaría
haberme opuesto un poco, de otra forma no querría volver a enfermarse. Ja, ja.
Lo amo, ¿qué más podía haber hecho?
—Señorita
Lee, tiene una llamada en la línea tres —me informaron.
—¿Quién
es? —pregunté.
—Su
marido, el señor Lee.
—Ese
bastardo… —balbuceé—. Gracias Michelle.
¿Por
qué me sigue llamando señorita? Quizás tenga veintidós años, pero tengo un
esposo al que me gusta cuidar y también llamarlo bastardo. Y él lo sabe.
Tomé
el teléfono y pulsé el botón número tres.
—¿Hola?
—respondí.
—Cariño,
¿quieres almorzar conmigo? —me dijo.
—No,
no quiero verte hasta que… te cures
—hice énfasis en las dos últimas palabras ya que ni siquiera estaba enfermo. Ya
se había curado hace dos días. Su problema era que no podía vivir sin mí.
—Pero
cariño, me siento mal… —fingió toser— y también te extraño.
—Donghae
—dije muy seria.
—Está
bien, sigue trabajando. Te quiero, adiós.
A sus
treinta y un años seguía actuando como un niño, era increíble. Lo bueno es que
sabía que cuando lo llamaba de esa forma es porque hablaba muy en serio; pero
ahora daría mi brazo a torcer. Desde que se curó no lo he visto y lo extrañaba
demasiado.
—Michelle,
dile a Tony que prepare el auto. Bajo en cinco minutos —le informé por el
intercomunicador a mi secretaria.
—Sí,
señorita.
Solté
un suspiro y me levanté de mi cómodo
sillón. Trabajaba como directora de una empresa llamada JK Productions, nos
dedicábamos a crear mini empresas en las que las personas tendrían
posibilidades de demostrar sus habilidades en todo tipo de áreas:
Administrativas, Contables, Informáticas, etc. En fin, se supone que no podía
salir antes de las cinco; y son las 12:35 del medio día. Ya saben, necesito una
buena explicación para cuando vuelva. Tomé mi bolso, mi agenda y mi celular
antes de salir de la oficina y dirigirme hacia el ascensor. Pulsé el botón de la
planta baja y las puertas se cerraron.
Después
de quince minutos me encontraba en la puerta de mi departamento, buscando mi
tarjeta de acceso en mi bolso.
—Maldición,
¿dónde lo dejé? —Para mi suerte lo encontré
entre mi agenda, había olvidado por completo que lo puse en el
portapapeles.
Abrí
la puerta y me saqué mis zapatos antes de entrar e ir a la cocina. Me encontré
con la mesa puesta y los alimentos tapados. ¿No comió? Salí de allí y fui a la
habitación. Lo encontré durmiendo sin cobertor; ni siquiera tenía puesta una
sudadera con mangas largas, tenía una simple camisilla que dejaba al completo
descubierto sus brazos y pecho. ¿Quería enfermarse de nuevo, verdad? Dejé mis
cosas en la mesa de noche y me acerqué a la cama para despertarlo un poco, pero
al tocar su brazo izquierdo sentí que estaba ardiendo. Literalmente, estaba
ardiendo en fiebre.
—Cariño,
despierta —lo zarandeé asustada—. Oppa, despierta por favor, despierta.
—Viniste…
—balbuceó abriendo los ojos lentamente—. ¿Almorzarás conmigo? Tengo hambre y te
extrañé mucho.
Se
sentó en la cama y me abrazó a él. Su camisilla estaba empapada de sudor, no sé
cómo no lo había visto antes. También, tocarlo era como estar en la playa, sin
zapatos, en la arena a más o menos
treinta y ocho grados centígrados.
—Te
quiero mucho, lo sabes ¿verdad? —me susurró al oído.
—Oppa,
también te quiero —le respondí mirándolo a los ojos—. Pero necesito que vayas a darte una ducha helada ahora
mismo.
—¿Huelo
mal?
—Claro
que no —le dije—. Estás ardiendo en fiebre.
—Quiero
dormir y también tengo hambre —se quejó.
—Te
ducharás mientras sirvo la comida, almorzaremos juntos y me quedaré a cuidarte.
¿Trato?
—Debes
ir a la oficina —me contestó.
—Me
importas más tú, que ellos. —Me apartó de su lado y a pasos desganados se
dirigió al baño mientras yo iba a la cocina.
Después
de esperarlo unos quince minutos salió del baño vestido con ropa limpia y el
cabello mojado. También se veía más despierto. Fui a buscar mi celular para
llamar a mi secretaria y avisarle que no volvería hoy, luego lo apagué por si
alguien quería molestarme.
—¿Contenta?
—me preguntó mientras se secaba el cabello con la toalla.
—Mucho
—sonreí.
Lo
tomé de la mano y lo llevé a la cocina. Quería consentirlo de una forma que él
odiaba, así que me senté a su lado y tomé los palillos para darle de comer.
—¿Qué haces?
—No te
sientes bien, se supone que estás enfermo —le dije con tranquilidad. Noté por
la expresión en su rostro que no sabía qué hacer así que le di un beso—.
Déjame disfrutar el día contigo.
Soltó
una leve carcajada y me abrazó. Quién diría que un Ahjussi como él se
enamoraría de una chica como yo.
Durante
el almuerzo me dejó que le diera de comer y nos entretuvimos un poco. Después
de eso fui a la nevera y le preparé una bolsa con hielo, lo llevé a la cama e
hice que se acostara allí.
—No te
quites esto de la cabeza por nada del mundo, ¿entendido? —le dije, poniéndole
la bolsa encima para que le baje la temperatura. Asintió con la cabeza y me
estiró hacia él para besarme.
—¿Qué
hice de bueno para que me soportaras y me quieras? —me preguntó.
—Solo
fuiste tú mismo y me dejaste conocer a ese hombre sensible que vive dentro de
ti —respondí tranquilamente.
—Gracias
—sonrió.
—Cierra
los ojos y descansa, yo seguiré aquí.
Cerró
los ojos y en uno minutos su respiración se hizo más calmada. Se había quedado
dormido por completo. Verlo así era tan lindo, de hecho el era… no solo lindo,
sino hermoso. Lo amaba demasiado.
Acaricié
su rostro lentamente y la suavidad del tacto me convenció de que me acostara a
su lado. Estar con él era lo mejor que me había pasado. Lo rodeé con mi brazo
izquierdo y cerré los ojos también. No me imaginada como hubiera sido mi vida
si no estuviera con él.
0 comentarios:
Publicar un comentario