Enojo, frustración, odio,
impotencia… ganas de asesinar a alguien. Mi mente estaba llena de todas esas
cosas y muchas más. ¿Cómo demonios pudo llamarme traidora después de todo lo
que he pasado para ayudarlo? Me separó de mi familia… ¿para qué? ¿Para ser su
criada? ¿Para hacerle los mandados? ¿Para ser el ama de llaves que jamás podría
haber conseguido? Quería asesinarlo a él. Solamente a él.
—Eres una traidora —repitió.
—¿Traidora? ¿Yo? —Espeté furiosa—.
Eres tú quien me humilló, me insultó, me trató como una esclava, ¿y ahora me
tratas de traidora? Tú, maldito perro, eres el traidor.
Me lanzó una mirada de desprecio y dio media
vuelta. Caminó rumbo al ventanal y se quedó mirando el negro horizonte. En todo
momento me pregunté cuándo fue que cambió tanto. ¿En qué momento dejé de ser
importante para él?
De pequeños prácticamente vivía
con él. Nuestros padres eran muy buenos amigos, pero cuando él le dijo a su padre
que quería ser músico y no quería heredar la empresa que su familia había construido,
decidió dejar la casa. Me pidió por favor que lo acompañara y yo no pude
negarme por el simple hecho de que siempre estuve enamorada de él y él utilizó
eso en mi contra.
Me llevó a Los Ángeles y me hizo
pagar todos los gastos de su estadía durante todo aquel tiempo. Semanalmente
tenía cinco trabajos, dos de lunes a miércoles, uno de jueves a viernes, uno
los sábados y otro los domingos. ¿Cómo pude soportar tanto? Ni yo lo sé.
Un día decidí ir al edificio de su
productora, le llevaba uno de sus postres favoritos; un pastel de fresas.
Estaba emocionada porque él jamás se resistía a la fresa, comía todo aquello
que contuviera fresas dentro. Pero la realidad me dio una cachetada cuando lo
encontré besándose con una de sus estilistas. Me quise dar de tortas por la
cara. Le tiré el pastel en la cara y fue allí cuando me confesó todo lo que
realmente sentía. Me odiaba, prácticamente.
—Lo único que hice fue traerte conmigo por pena. Además de que
necesitaba alguien que se ocupe de ciertos asuntos mientras yo hacía todo lo
necesario para triunfar —me
había dicho aquel día.
Eso
fue todo lo necesario para que yo mueva cielo y tierra para destruirlo. Y lo
logré. Ahora está arrastrándose por mí.
—No
te vayas. No con él —susurró.
—Eso
debiste pensarlo antes de hacerme todo lo que me has hecho —respondí.
—Hazlo…
hazlo por el pasado.
—¿El
pasado? ¿Aquel pasado en el que supuestamente tú me querías y amabas que yo
disfrutara tu éxito contigo? ¿Aquel pasado en el que éramos felices, juntos? ¿O
aquel pasado en el que me trataste como la peor escoria del mundo? —Lo dije con
la voz más tranquila posible. Cerré los ojos, respiré varias veces y luego
solté un suspiro profundo. Abrí los ojos y lo miré fijamente—. Es tarde, no
vengas a arrepentirte ahora.
—Él
no es lo mejor para ti —soltó con furia.
Él.
Dave, fue el único que me enseñó lo que es la vida de verdad. Antes de
convertirme en una actriz él me dijo que esto no sería fácil, que la vida era
una porquería y que nosotros teníamos que exprimirle hasta la última gota de
felicidad que podamos, porque nada es para siempre y porque en un momento u otro
siempre nos abandonan. Recuerdo a la perfección aquel día en el que fui a la audición
y lo sorprendí con mi actuación. Él no tenía fe en mí, pero le demostré que
hasta la peor escoria, sacada de un bote de basura, podía hacer algo para
revolucionar el mundo.
—Eres increíble. Si pones todo tu empeño en
esto serás tanto o más famosa que yo, aunque no lo creo —sonrió, luego de
darme un abrazo—. Felicidades.
Aquellas
palabras fueron las que me catapultaron a la fama y con esa fama logré destruir
al idiota de John. Le demostré que yo podía valer más que él y que no debió de
subestimarme en aquel momento.
—Entonces,
¿tú sí eres lo mejor para mí? —Pregunté.
—Después
de perderte me di cuenta de todo lo que valías, jamás encontré a nadie como tú
—respondió algo desquiciado.
—Lo
sé, y estoy feliz por ello —sonreí—. ¿Por fin aprendiste a valorarme?
—Gabrielle…
perdóname.
—Piérdete.
En
aquel momento sentí como mi teléfono móvil vibraba dentro del bolsillo de mi
campera. Lo saqué y vi que Dave me estaba llamando. Miré a John, que estaba
expectante, así que atendí.
—Dave,
ya voy en camino —le dije.
—Cariño,
apúrate. Te extraño —soltó una leve risa.
—Yo
también te extraño. No te preocupes, llegó allí en diez minutos.
—Está
bien, te quiero.
—Yo
también te quiero.
Corté
la llamada y guardé mi móvil.
—Me
extraña —dije, burlándome de John—. Tú nunca lo hiciste, hasta que te enteraste
de que me voy a casar con él, ¿verdad?
—Gabrielle…
—No
te quiero escuchar más. —Tomé mi mochila y mis maletas que estaban a un lado de
la puerta, no tenía planeado quedarme un minuto más dentro de ese departamento,
y menos con el idiota este.
Cuando
me giré para despedirme decentemente de él, con un simple Adiós, vi cómo se acercaba a mí con tres zancadas. Me tomó
violentamente del brazo y me apretó a él.
—En
este tiempo aprendí a amarte —me dijo, antes de plantarme un beso apasionado.
Lo
seguí por dos simples segundos, luego me deshice de su agarre y lo empujé para
luego darle una cachetada que jamás olvidaría.
—Nunca
más volverás a verme —le dije abriendo la puerta.
—Gabrielle,
¡te amo! —exclamó.
—Lástima que yo
ya no. —Tomé mis maletas y la saqué fuera del departamento. Antes de cerrar la
puerta de un golpe me despedí decentemente de él—. Piérdete.
0 comentarios:
Publicar un comentario